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Por: Cèsar Gamero De Aguas
“Cuando llega el carnaval no nos ponemos disfraz, guardamos el que usamos todos los días”-Anónimo.
Son infinitos los sin número de conceptos relacionados con esta palabra de origen italiano denominada, Carnavale. Sin lugar a dudas, las características identificativas de esta célebre fiesta peculiar, se halla resumida en una serie de actividades folclóricas y de comportamientos desbordados propios de nuestra cultura popular costeña. Una difusión de genes, costumbres, mitos, ritmos, mestizajes, ritos, leyendas, todas y cada una de ellas encaminadas al disfrute total, y goce desproporcionado en el cual el pueblo y sus ocupantes son el común denominador.
Las grandes fiestas de carnavales llevadas a cabo en la época de la Edad Media, y el Renacimiento, marcan la pauta excepcional y trascendente de nuestros carnavales populares hoy en día.
La célebre y conocida frase carnalesca; “quien lo vive es quien lo goza”, tiene su ejemplitud en el libro histórico denominado, “La cultura popular en la Edad Media y el Renacimiento”-Mijael Bajtín (1989). “Los espectadores no asisten al carnaval, sino que lo viven, ya que el carnaval está hecho para todo el pueblo. Durante el carnaval no hay otra vida que la del carnaval. Es imposible escapar, porque el carnaval no tiene ninguna frontera espacial”.
En el curso y desarrollo de la fiesta solo puede vivirse de acuerdo a sus leyes, es decir, no son otras sino las leyes del carnaval, las leyes de la libertad. El carnaval posee un carácter universal, es un estado peculiar de percibir el mundo, una catarsis indescriptible de sensaciones que se fusionan en medio de la alegría, es un renacimiento renovado de satisfacciones y de placeres plenos en los que cada individuo participa de forma activa y sin restricciones morales. Esta es quizás la esencia misma del carnaval, y los que intervienen en el regocijo lo experimentan vivamente.
Las épocas efusivas del carnaval renacentista tenían una duración de 3 a 6 largas semanas, en ellas se llevaban a cabo una gran variedad de carnavales dentro de un mismo carnaval. Por ello eran comunes, los carnavales dedicados a los ´bobos´, concursos de burros, de feos, de bufones, de payasos. Se realizaban críticas a la administración reinante, los disfraces eran una manifestación burlesca de la realidad vivida, el sincretismo religioso poseía unos matices especiales en medio de la fiesta. Todas esas manifestaciones expresivas y populares, surgían como una contraposición a la clase élite normativa, seria, y dominante, pues esta poseía excelentes niveles de cultura, un lenguaje culto, unos modales finos propios de su estilo de vida, si existía un género conductivo amante de la moralidad, por supuesto que debía existir esa clase aparte llena de singularidades, y características propias del pueblo, es decir, si existía un color blanco, por oposición debía existir también un color negro.
No obstante, en este singular mundo carnavalesco las realidades carecen de una horizontalidad definida. El límite es solo una palabra, pues esta no se permite definir sustancialmente la configuración, la dimensionalidad, el reflejo del mundo del carnaval que posee cada uno de los participantes.
Circunstancialmente, con la llegada de los españoles a nuestro territorio y el arribo posterior de la mano de obra negra, nuestras costumbres tradicionales adquieren un matiz mucho más amplio, lleno cada vez más de interrogantes sobre este tema, donde el análisis y las conclusiones todavía no están dichas, sino que también marchan en medio del festejo popular.
Sin embargo, hoy día el carnaval es la manifestación cultural más importante de los habitantes de nuestra región caribe, y una de las representaciones culturales más reconocidas del pais, que identifican este terruño de ríos y mares en el ámbito internacional.
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