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Por: Roque Ortega Murillo

La soledad es la nueva peste que azota al mundo y su situación se ha agravado a raíz de las distintas medidas, como el confinamiento, que se han implementado para enfrentar la pandemia COVID 19; el aumento de la ansiedad, el estrés y el miedo hasta el punto que, recientemente, en Japón y reino Unido, se creó el llamado ministerio de la soledad

Recordé un viaje que realicé de Barranquilla a Bogotá, después de haber disfrutado el carnaval del año pasado, justo antes que la Organización Mundial de la Salud (OMS) declarara oficialmente la pandemia. Compartí el vuelo con un contertulio de unos 70 años de edad, y que, en ese momento, todavía traía cierto rezago carnavalesco: sus orejas estaban cubiertas de maicena y su rostro denotaba un relajo radiante. Empezó él a ojear la revista de la compañía aérea y se topó con un artículo titulado “Días de Soledad”. El tema lo dejó preocupado y exclamó en voz alta: ¡Nooojoda!

¡Tremenda tragedia está viviendo el planeta: la peste de la soledad!

Me compartió la revista para que leyera la nota y cuyo reportaje fue el motivo para platicar amenamente durante el viaje. Nuevamente reflexiono ¡Nooojoda! ¡Gracias a Dios existe el Caribe! ¿y esa vaina?

– le pregunte.

-Tú no te has fijado que una vaina bacana de nuestro terruño es la manera natural de entablar amistades sin mayor esfuerzo. ¡cuadro!

-Le cuento que yo llevo 30 años viviendo en Bogotá debido a mi trabajo, y para poderme reciclar y no aburrirme en el frío de la capital, no me pelo un carnaval. Es la única fórmula para sentirme vivo.

¡Eche! ¡Que no llegue esa epidemia al Caribe! – es que nunca va a llegar – replicaba efusivamente.

La epidemia a la que se refería el parlanchín compañero de vuelo es el silencio, la ansiedad y la irritabilidad por la soledad. Situación que padecen, en gran medida, los países desarrollados como Reino Unido, que ante tal gravedad creo el ministerio de la Soledad. Hoy día se le unió Japón, en donde el aumento del suicidio es una verdadera plaga.

En Francia, por ejemplo, uno de cada diez personas asegura sufrir aislamiento social involuntario. En Alemania 2.3 millones de personas se sienten solas. En Suecia un millón de persona no tienen un amigo cercano. Ante ello, algunos de esos países están pagado grandes honorarios a quienes ejerzan el oficio de acompañantes; algunos se alquilan como padre o hijo. En Corea del Sur han creado un robot en forma de gato para evitar depresiones debido a la ausencia de amistades. En Londres es común que en invierno mueran muchas personas en sus apartamentos sin que nadie se entere y en los EE. UU, los registros de soledad se han duplicado en los últimos años. En consecuencia, han elaborado una pastilla para hacer frente al impacto emocional provocado por el sentimiento de aislamiento. En Reino Unido más de diez millones de personas se sienten solas y el gobierno lo considera un problema fuera de control. Esa falta de interacción social, según algunos expertos, afecta la esperanza de vida, con el agravante del aumento de alcoholismo y un desaforado consumo de drogas. Esta aciaga situación se considera en sí una epidemia. Cada 30 segundos una persona se suicida en el planeta. Tenemos el camino expedito para que las enfermedades mentales sean la causante del exterminio de esta especie que pareciera de sapiens tiene poco.

Contrario a lo que pasa en esos países en donde las posibilidades de amistarse son un auténtico desierto, mi compañero y yo, a miles de pies de altura, intercambiamos nombres, teléfonos y nuestras direcciones.

– ¡Nos vemos en la nevera viejo Charly!

-De una viejo Roque. ¡Eso va!

Así de simple y sin tapujos, un par de caribes establecieron una nueva e inmediata amistad.

Eso me recuerda la noche en que nos conocimos con Alfredo Martínez, en la Casa de Poesía Silva, o con Alfredo Cure y Lucho Barranco en el desaparecido estadero de salsa Madeira en el barrio Galerías de Bogotá. Desde entonces mantenemos todos un afecto fraternal.

El postulado del viejo Charly con el que agradece a Dios por la existencia del Caribe, es una verdad de a puño. Lo pude comprobar durante un baile callejero de carnaval en el barrio José Antonio Galán en Barranquilla, en donde la masa de jóvenes, adultos y veteranos forman una simbiosis de alegría y sabrosura. Todo el mundo termina entrelazado en un jolgorio amigable.

Esa forma de amistarse rápidamente se vive igual en el festival vallenato en Valledupar tanto como en cualquier festival de la sabana caribe. El forastero termina invitado a una parranda o un sancocho de bocachico en hoja de bijao, como le sucedió al vasco acordeonista John Bilbao.

Otro espacio típico en dónde ver la desmesura y el desparpajo caribe es al embarcarse en un bus de servicio público; casi siempre te encuentras con alguna señora quien para llamar tu atención te pregunta: ¿usted no es el hijo de la señora Inés?

-No señora, tal vez me parezco.

Ella se ingenia cualquier artimaña para romper el hielo y la desconocida termina contándote la historia de su hija a la que termino preñando el cachaco de la tienda de la esquina. Otra maravilla de interrelación social que sucede, también, en los medios de transporte, es cuando una canción de moda, al unísono, termina siendo cantada por todos los pasajeros.

Podemos observar como las esquinas o algunas casas de barrio se convierten en templos de socialización a través del juego del domino. En realidad, el juego es solo un pretexto, la única y verdadera intención es reunirse y tejer una cofradía de amistad.

Imagínense que en Barranquilla conozco a muchos amigos que se han quedado con algún niño de una vecina o de una muchacha del servicio que decidió regalar a sus niños, sin tinta ni papales. Ellos terminan criándoles y casi siempre convirtiéndose en los pechichones (consentidos) de la casa; entran en una verdadera acogida humana. Como dice una vecina de mi barrio, “aquí se roban una gallina, pero un pelao no… lo protegemos”

Esa manera particular del hombre caribe de ser exponente de la alegría, irreverente y descomplicado, es, sin duda, un acicate para el espíritu, y su armonía y equilibrio son esencia primordial para conservar la salud emocional del ser. La mamadera de gallo es un buen antídoto a la locura y defensa para conservar la salud psíquica; en la medida que el alma, a través del humor, mantenga un goce permanente, la salud está garantizada.

Así, viejo Charly, que esa peste del aislamiento en el caribe por ahora no va, afortunadamente. El cronista Alberto Salcedo Ramos afirma que hasta un polvo se convierte en un acontecimiento público. El

pintor Alejandro Obregón amaba a sus amigos al punto que nunca se marchó del Caribe, sus compinches fueron parte de su mundo.

A pesar que esta región no es ajena a las influencias de la domesticación impuesta con un estilo de vida generador de enfermedad, todavía, la mamadera de gallo y la desmesura de la gente apaciguan los embates de esa terrible peste que es la soledad. Ojalá por acá esa epidemia no nos azote al punto de tener que pagar para que nos acompañen. Sería terrible y desolador.

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