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Por: Arnulfo Valdivia Machuca
Era 2019. Hirose Yoshitake estaba por tomarse la foto que había esperado por 20 años. Sonriente, alzó la mano con dos dedos en forma de” v” a unos metros de la Torre Eiffel. Pero algo extraño sucedió.
Hirose súbitamente vomitó. Mareada, levantó los ojos y un enorme perro estaba por hundir sus afilados colmillos en su mejilla. Empezó a gritar en desesperación y se tiró al suelo protegiéndose. Sudaba frío y el estómago le daba vueltas. Fue entonces que aquella taquicardia que sufría desde niña empezó a romperle el pecho. Hirose se desmayó, sólo para despertar horas después en un hospital, acompañada de un gentil oficial de la Embajada de Japón en Francia.
- “Todo está bien, Hirose”, le dijo.
- “¿Me mordió el perro?”, preguntó ella.
- “No Hirose. Todo está bien. Mañana volverás a Tokio.”
Nunca hubo algún perro. Hirose alucinó. Todos los otros síntomas fueron reales, pero Hirose no estaba enferma, salvo de algo que el doctor Hiroaki Ota había identificado 25 años antes: el Síndrome de París.
Cada año, unos 20 turistas japoneses lo sufren cuando la realidad de París difiere radicalmente de la expectativa que tenían de la ciudad. Al darse cuenta de que París no está llena de modelos despampanantes ni de galanes románticos, sino de parisinos majaderos y meseros patanes, sufren un caso extremo de choque cultural y se descompensan psicológica y físicamente. El síndrome nace de las altas expectativas incumplidas y es reconocido como una enfermedad mental.
Pero ¿esto le sucede sólo a los japoneses en París? Me temo que no.
El mundo actual sufre un síndrome de expectativas; todas elevadas, casi todas injustificadas, muchas falsas y la mayoría irrealizables; un mundo de protestas, encabezadas por millones de personas insatisfechas, ante el incumplimiento de expectativas que crean en su imaginario y que nadie ha hecho el compromiso de cumplirles. Pero, como para ellos las causas son justas porque les benefician, razonan que el incumplimiento es injusto y que, por lo tanto, son víctimas de injusticia. Lo que invariablemente falta en la ecuación es la responsabilidad. Cuando se les pregunta quién tiene la obligación de cumplir sus expectativas, siempre es alguien más. Como Hirose, que culpará a París de no ser lo que ella deseaba.
Esta es la trampa que enfrentan hoy las organizaciones públicas y privadas: ejércitos de personas con altas expectativas y bajos niveles de responsabilidad para asumir compromisos. Pedirán que París cambie, pero nunca cambiarán lo que esperan de París. El modelo es insostenible, pero mientras nadie se atreva a decirles que eso es una enfermedad mental, la única salida es diseñar estrategias para enfrentarla como el doctor Ota, al revelar la cura para el Síndrome de París: “sencillo”, dijo, “no volver nunca más a París”. Es el consejo demencial de tu Sala de Consejo semanal.
Nota: El contenido de este artículo, es libre, espontáneo y de completa responsabilidad del Autor. @arnulfovaldivia