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Por: Alfonso Camerano Fuentes

Con un saludo folclórico a Petro padre a través de Petro hijo, Poncho Zuleta cantó lo que todo el país está viviendo: “Se volteó la arepa”.

Es el olfato de un artista que ha estado montado en tarima por décadas, animado siempre por una afición multitudinaria que le ha enseñado a tomar pulso al sentir colectivo.

Estar sintonizado con la gente es mágico: va más allá de los saberes políticos o sociales; rebasa lo meramente ideológico, trasciende el

quehacer cultural; no lo enseña la ética; ni es el pertenecer a un grupo étnico, o de la inspiración religiosa, es más bien todo eso junto, y agregamos lo inédito e impulsivo, propio de quienes tienen el olfato y el “ojo clínico” para anunciar lo trascendente.

Contrasta esa visión con los pesimistas, ¡empeñados en desacreditar el mensaje por la conducta de Poncho cuando le gritó el! viva a los paracos! que se tomaron al país durante las décadas pasadas; o critican por aspirar a ser los primeros en la lista al Congreso; o por creer que el Pacto Histórico es la sumatoria de organizaciones y personalidades del pasado reciente o trascendente, en fin, en creerse calificados para sentarse en las sillas vip del equipo ganador.

El país cambió para todos; incluyendo los conceptos de “izquierda” y “derecha”, entre quienes pregonaban fortalecer el estado y con ello lo “público”, o los que preferían su reducción, en procura de la “privatización” de la economía, incluyendo los servicios públicos y sociales, y hasta la seguridad y defensa del territorio nacional.

Esos paradigmas se vinieron abajo después de la decisión del pueblo colombiano de acudir masivamente a las urnas superando 8 millones de votantes por el candidato que representa una esperanza de cambio, encarnado en Gustavo Petro.

Es legítimo el debate en cuanto a la disposición de participar en la contienda haciendo la crítica sana para dar luces y crecer, pero no para tirarse desde ahora la “plata de la leche”.

En ese tsunami, que crece todos los días, vienen empujando la ola millones de colombianos que aprendieron la lección de la marginalidad social y política, pero están decididos a sacudirse del atraso enterrando con su voto a esta oligarquía canalla que los ultrajó durante siglos.

Por eso hay que bajarle el tono a lo que pasa en la orilla política afín a este proceso, trátese de la carta de Mockus y Navarro, o a la decisión de los Verdes de escoger un candidato competitivo, o si los de la coalición de la esperanza deciden ir con el candidato del Pacto Histórico, en cabeza de Gustavo Petro, antes o después de la primera vuelta, o si la lista a Congreso debe ser abierta o cerrada, etc., y entender que nuestro empeño debe ser sintonizarnos con ese pueblo que está decidido a darle la “vuelta a la arepa”.

La Fraternidad es un sentimiento de conciliación con nuestros semejantes que demanda un lenguaje afectuoso y conciliador en medio de la diferencia.

Las bases de un nuevo amanecer están planteadas en los discursos de quienes se fueron físicamente pero están más vivos que nunca en las palabras de Bolívar, de Melo, de Uribe Uribe, de López Pumarejo, de Jorge Eliecer Gaitán, de Gabriel Turbay, de Rojas Pinilla, de Luis Carlos Galán; de Jaime Bateman, de Jaime Pardo Leal; de Orlando Fals Borda; de Gilberto Vieira; en fin, de los millones de hombres y mujeres que así los asimilaron y acudieron con su voto hace 4 años apropiándose del nuevo repertorio.

Que no sean “los entendidos” o “los históricos” los encargados de meterle el palo en rueda.

El saludo de Poncho es cierto: “se volteó la arepa”.

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