Telatiroplena.com, periodismo serio, social y humano

Por: Arnulfo Valdivia Machuca

A las 8.05 de la mañana, los varones estaban ya en la fábrica de municiones y las mujeres ayudando a ampliar las calles en espera de una invasión estadounidense. Ahí se vivía una tensa calma. En ese exacto minuto, Theodore Van Kirk vio desde el aire la ciudad de Hiroshima. En tierra, las alarmas antiaéreas iniciaron un llanto inconsolable, que calló 10 minutos después junto con 200 mil almas que ese 6 de agosto de 1945 perdieron la vida, tras la detonación feroz de la primera bomba atómica de la historia.

La invasión había llegado, pero de forma inesperada e inédita. El poder devastador de la fisión atómica había sido comprobado. Fisión, como fisura, son palabras que provienen del latín “fissio”, que significa dividir.

Y es por fisión que funciona una bomba atómica: se acelera un neutrón para que, al colisionar con un átomo de uranio o plutonio, divida el núcleo y despida una gran cantidad de energía. Ello inicia una reacción en cadena que divide átomos circundantes, con una consecuente explosión brutal, equivalente en el caso de Hiroshima a 15 mil toneladas de dinamita. Si esto es apocalíptico, hay algo peor que la fisión. Es la fusión. La fusión consiste en unir los núcleos de dos átomos ligeros, normalmente de hidrógeno, para formar un tercer núcleo más pesado, normalmente de helio. La energía que “sobra” de esa unión genera un proceso más potente que la fisión, porque no divide la energía, sino que crea más. Es tan grande la diferencia que una bomba de hidrógeno es mil veces más potente que una atómica. El sol, por dar otro ejemplo, arde por fusión.

ITER se llama y es un experimento entre 35 países para crear energía a través de fusión. La idea es emular al sol para energizar al planeta. Algo así como las centrales nucleares actuales, sólo que mil veces más poderosas. La promesa es maravillosa y terrorífica a la vez. ITER podría abrir la posibilidad de energía interminable y limpia para la humanidad, aparentemente, porque hay riesgos a considerar. El sol quema gran parte de los desechos nucleares de su fusión y el resto se disipa en el espacio.

En la Tierra, los desechos no tienen a dónde ir: se quedan aquí y sus consecuencias son también mil veces más graves que las de las plantas nucleares. En Hiroshima, 200 mil personas murieron por una bomba de fisión. En Chernóbil, Ucrania, 800 mil personas murieron o sufrieron enfermedades incurables por la explosión de un reactor nuclear también de fisión, en 1986. Multiplica ahora esas cifras por mil y podrás medir los potenciales efectos nocivos de la fusión. Como siempre en la ciencia, los riesgos no deben ser motivo para dejar de avanzar, pero sí una alarma oportuna para prever. Busquemos crear con ITER nuestro sol artificial, pero sin permitir que por buscar asolearnos acabemos retostados. Es el consejo epitelial de tu Sala de Consejo semanal.

Nota: El contenido de este artículo, es libre, espontáneo y de completa responsabilidad del Autor.