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Por: Manuel Raad Berrío
Escribo estas líneas en libertad y en compañía de mi familia, han sido días especialmente duros para nosotros, pero sentí su cariño, sus oraciones y la presencia de Dios en todo momento, sólo así me mantuve en píe. Viéndolo hoy, siento que cada segundo fue un milagro, incluso en los momentos y lugares más oscuros encontré amigos que son ángeles y ángeles que se acercaron para hacer de amigos: familiares, colegas, hermanos leones, compañeros de celda y custodios, cada uno de ellos fue instrumento en la obra de Dios. Y así, el reto se hizo una oportunidad para aprender, crecer, agradecer y amar.
¿Quién pensaría estar preso aún en la calle? ¿quién pensaría que ocho (8) días se convertirían en el viaje más largo de mi vida para volver a casa? En mi caso, pude volver a casa gracias a la decisión de una juez de garantías constitucionales quien, después de una audiencia de diez (10) horas, casi a las dos (2) de la mañana del viernes, ordenó mi libertad inmediata e incondicional, pero adentro quedaron cientos de millares de personas, seres humanos tan inocentes o culpables como muchos afuera, hombres y mujeres a quienes más allá de la libertad, en las cárceles colombianas se les priva de la dignidad.
Adentro, las “nimiedades” de la vida cotidiana como tener jabón, papel higiénico, un baño privado, o dormir en una cama, adquieren un valor impensable. Hablar de hacinamiento en números resulta fácil cuando se trata de la libertad de otros, pero para explicar la angustia de saberse ausente de la propia vida, lejos de quienes te necesitan, o para explicar la ignominia más allá de los hechos, o el dolor que desaparece el hambre, o el sentir los segundos como horas o las horas como días, para explicar esto no existe ecuación suficiente. En contraste sólo sé, que adentro, en cada rincón se vive una tragedia humanitaria.
Aquí, resulta hasta gracioso recordar conceptos tan repetidos entre tratadistas del Derecho Penal que parecen un lugar común, hablar de la resocialización como finalidad de la pena es una bonita alegoría que matiza una cruda realidad. Una realidad donde, por el abuso y la injusticia, sólo se inhumaniza, endurece y envilece el alma, no en vano en el argot callejero se apoda a la cárcel con el honroso título de Universidad, pues es la madre bizarra del alma. Con esta absurda incoherencia entre lo que decimos y hacemos, no podremos aspirar a una sociedad mejor.
Ustedes saben que he dedicado gran parte de mi vida académica y de voluntariado a la Justicia, a la comprensión de lo justo y a construir una sociedad más justa, pero en muy pocas ocasiones me atreví a otear en los reinos del derecho penal. Sin embargo, la vida me puso de golpe en este escenario, y pude vivir algo que sólo se entiende cuando se vive, y es que sufrir la injusticia es lo que ha permitido a la humanidad entender lo justo, ¿Cuántos tuvieron que sufrir la esclavitud, para que pudiéramos entender que esclavizar era injusto? ¿cuántos tuvieron que sufrir la muerte para que entendiéramos el derecho a la vida? ¿cuántas mujeres tuvieron que sufrir la exclusión política, educativa y laboral para que entendiéramos la necesaria equidad de géneros?
Este caso no es distinto, ¿Cuántos debemos sufrir la angustiosa privación de la dignidad en las cárceles colombianas para que finalmente entendamos la injusticia que encierra? Por supuesto, el desenlace de esta pregunta puede iniciar en reconocer ciertas libertades básicas por lo menos a quienes no han sido condenados, como el derecho a conservar contacto con el exterior, recibir visitas o que le traigan ropa limpia a diario, o el poder estudiar o trabajar sin tramites adicionales ni burocracia, y por supuesto debe evolucionar hacia centros carcelarios que reivindiquen el rol de la pena como la oportunidad real de deconstruirse y reconstruirse para el bien de la sociedad.
Pero por encima de las acciones gubernamentales es nuestro deber, el de todos, aportar nuestro granito de arena, por ejemplo, las facultades de derecho y los colegios de abogados pueden brindar acompañamiento legal para asegurar mínimo que a todos se les respete el habeas corpus, entre mis compañeros de celda en la URI de Puente Aranda varios tenían más de 10 días sin definición de su situación jurídica, y uno al que apodaban el profe llevaba más de 21 días detenido esperando España se pronunciara. Por su parte, las iglesias y facultades de sicología pueden brindar apoyo espiritual y/o emocional en la dura transición de entrar, y todos, todos sin excepción, podemos obrar con empatía justo ahí donde se pierde la alegría: llevar un pan, una palabra de aliento, artículos de aseo, una llamada a un familiar, tantas cosas que por pequeñas nos enseñen, que aún en los infiernos de la tierra es posible que brille la esperanza de una nueva humanidad.
Nota: El contenido de este artículo, es libre, espontáneo y de completa responsabilidad del Autor, Manuel Raad Berrío