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Por: Jorge Guebely
Nada tan fácil que ser difícil, complejizar lo sencillo, triunfar en lo confuso. Y nada tan difícil que ser fácil, ondear la sencillez hasta quedar casi invisible. Borrar el brillo para develar la verdad. Leer a Borges sobre la vejez o madurez: “El animal ha muerto o casi ha muerto. / Quedan el hombre y su alma…”, y sentir como propios los versos del argentino.
Agrada leer la sencilla novela de Luis Ignacio Murcia, “Vida impropia”, tan sencilla como él. Ningún artificio literario para atrapar lectores, ningún modelo para deconstruir y reconstruir. Sin embargo, buena consciencia del oficio narrativo.
Su lenguaje no pretende deslumbrar ni fingir genialidad. Sólo transmitir con sobriedad uno de los peores desmanes de la especie: el autoritarismo machista. Descalabro humano vigente en el Huila, en el mundo, mundo que se concentra en nuestra aldea.
Lenguaje sin las trampas del odio ni el de las pompas lingüísticas. Sólo dolorosas escenas donde impera la fuerza del macho, la de la bestia con disfraz de civilizado. Atávica ignominia, tan internalizada que parece norma, tan normal que parece derecho del poderoso antropoide.
Novela que corroe la moral autoritaria, la tradicional, la surgida de los viejos instintos militares. La que aceptamos por el exceso de estulticia, origen de nuestra insensibilidad. La que se solaza en el uso y abuso de la mujer, en el placer de convertirla en víctima, en presa, en cosa, en objeto de permanente violación sexual. Degradación sostenible por la complacencia del otro, de los otros; por la tolerancia de casi todos y todas.
Herida que hurga el novelista huilense a través de Emilia, personaje principal, ubicado en Garzón, pueblo excesivamente conservador. Mujer de clase popular donde abundan las víctimas del macho. Ella cuenta, unas veces como narradora-protagonista, su propia vida violentada por sus hombres; otras veces, como narradora testigo, la vida de otras mujeres, (caso de Ana-María violada por Epifanio). Actos que despiertan venganzas donde la narración alcanza verdaderos tonos de naturalismo literario.
Sin rencor, Emilia, sentada en una silla de mimbre, rememora el pasado; quizás sólo para recordar, al presente y al futuro, el infierno de lo femenino en la hoguera del machismo. Quizás para que la reivindicación de lo femenino cuente con un aliado más, pues ninguna disciplina es tan femenina como la literatura.
Novela a leerse con fina sensibilidad para impedir que la estupidez nos borre la tragedia de lo cotidiano, para evitar la penosa idea de Fray Luis de León cuando afirma: “Los pastores serán brutales mientras las ovejas sean estúpidas”
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