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Por: GASPAR HERNÁNDEZ CAAMAÑO.
Como sacado de un cubilete el Legislativo, a iniciativa del Ejecutivo, creo un Ministerio más, el de la igualdad y la equidad, creación que ha generado críticas desde distintos sectores de la sociedad. Críticas por su financiación, por la alta carga burocrática y hasta señalan que es para complacer, políticamente, a la Vicepresidenta, encontrarle un oficio específico y disminuir sus viajes por África.
La inquietud que me produce la existencia de tal Ministerio es preguntar: sí en el país nacional, no en las regiones, tenemos claro los postulados o fines esenciales de nuestro estado social de derecho, diseñado en la Constitución Política del 91, la cual juraron cumplir, al pie de la letra, tanto el Presidente de la República y todos los Ministros, en el preciso momento en que firmaron la respectiva acta de posesión para ejercer funciones públicas.
Un Estado Social de Derecho, en el diseño teórico, como práctico, propende en edificar una sociedad igualitaria en el plano socio-económico, pues ante el marco de la Ley todos nacimos iguales, como lo expresa claramente el artículo 13 constitucional, de la más pura genética rousseauniana. Que, además, indica cómo otorgar proporcionalmente el mejor tratamiento a los miembros de las poblaciones más vulnerables. O sea, también señala la equidad.
Significa que tanto la igualdad como la equidad hacen parte de los fines esenciales del Estado, pues el artículo 2o. constitucional precisa que éste debe: “Servir a la comunidad, promover la prosperidad general y garantizar la efectividad de los principios, derechos y deberes consagrados en la constitución…”. Es decir, EL Estado, como sus autoridades y la ciudadanía, no tienen otro fin que lograr la igualdad que no es cosa distinta a “Prosperidad General”.
Entonces, no es fácil comprender que un Ministerio, como una gaviota, será el facultado para luchar contra la desigualdad socio-económica, en un país con territorios geográfica y culturalmente diferente. Desde el siglo XVIII, la igualdad es una utopía por la cual la historia del hombre demuestra, con huellas de sangre, que ha luchado. Y que cuando esas luchas han culminado en delirantes victorias éstas o los victoriosos han creado guillotinas y dictaduras.
Una de las lecturas indispensables para entender, desde la evolución de la filosofía política moderna dicha utopía, es el discurso sobre el origen de la desigualdad del inconfundible J. J. Rousseau. O sea, los discursos por conseguir, frente a la propiedad privada, una igualdad social o justa tienen raíces muy profundas. Tantas que como por arte de magia, en Colombia, mediante otra ley un ministerio de igualdad y equidad.
La equidad está nominada en la Constitución como un criterio auxiliador de la actividad de administrar justicia (art 230), siendo además uno de los principios generales del derecho. Se podrá entender que la equidad está aparejada con la igualdad, pues somos iguales ante la ley. Pero ocurre que la ley, por su naturaleza, es universal. No distingue sino en relación y dependiendo qué clase de Justicia se aplica.
La ciencia jurídica, si la hay, ha demostrado que entre más leyes haya, más desigualdad existirá. Así las cosas, un Ministerio fundado en una Ley más, no hace sino profundizar lo desigual, por el ánimo de posesión que alberga en cada ser humano o del grupo al que pertenece. En ese conflicto, entre ley e igualdad, la equidad vendría a ser la práctica ideal para lograr la convivencia socio-económica entre iguales.
Por ello, creo oportuno que además de volver a estudiar a Rousseau, las autoridades del novísimo ministerio indaguen también en el libro V de ética nicomaquea de Aristóteles, aún vigente, para saber, con algún nivel de virtuosismo, cómo aplicar la equidad en sus ejecuciones y gestiones. Ellos porque no todo lo resuelve la ley. Y cuando surge el nudo, debe aparecer lo equitativo.
Al respecto comparto las siguientes líneas de Aristóteles:”…quién es el hombre equitativo: aquel que elige y practica estas cosas justas, y aquel que, apartándose de la estricta justicia y de sus peores rigores, sabe ceder, aunque tiene la ley de su lado. Tal es el hombre equitativo, y este modo de ser es la equidad, que es una clase de justicia, y no un modo de ser diferente”(ver 1138a de Gredos).
Es evidente concluir que si educamos en equidad sembradíos suficientes semillas para lograr aquella utopía de la igualdad. Una no es igual a la otra. ¿En Colombia quién está dispuesto a ceder si ya encarna poder?
LA PRÓXIMA: CONFLICTOS ENTRE OPINIÓN E INFORMACIÓN EN EL PERIODISMO.
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