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Por: GASPAR HERNÁNDEZ CAAMAÑO.

Septiembre es de los meses del año sin festivos. Pero sus días, como sus noches, son tiempos para fiestas y celebraciones a lo largo de todo el calendario. Es, quien lo duda, el mes del Amor y la Amistad. Por ello, es un espacio para los recuerdos o para seguir enamorados de la vida que corresponde vivir y compartir. Así que septiembre es el mes siempre bienvenido para él, por aquello del Jazz y su musicalidad.

Este mes, de algún tiempo acá, le provoca atreverse a hablar de amor y amistad. Algunos textos suyos se han publicados en diarios locales y nacionales, por ello piensa que éste septiembre no puede ser la excepción. Nunca olvida que estamos obligados a celebrar para unir sentimientos y emociones que nos hagan despertar y sonreír aquellos recuerdos que mantienen joven la memoria.

Fue así, como el despertar de un sueño, vino a su memoria, la que los filósofos griegos comparaban con la vida misma, el recuerdo-vivo aún– de una noche amorosa bajo la luz de la luna llena de aquel inolvidable septiembre, mes que Barranquilla se arrulla de Jazz, whisky y vinos en reuniones con amigos y amigas. O sea, noches de fiesta barranquillera, iluminada y tranquila. No sabe ahora, pero en aquellos tiempos se podía pescar, en los caños bajo la luna a la que le cantó Esthercita.

Si. Vivía la juventud del mediodía, hoy vive la tercera, conoció de los escantos y sorpresas de la luna killera, esa que duerme en los brazos húmedos del río. Trabajó desde joven hasta lograr la pensión vitalicia de vejez, en oficios y profesiones en que la noche estaba habilitada para la jornada laboral. Desde redactor hasta docente universitario y litigante en “causas perdidas”; sin olvidar que fue estudiante nocturno. La noche fue su habitat.

Caminó de noche las calles de la ciudad, luego de salir de un cine “bajo la luna” o de asistir a una clase magistral de Derecho Procesal. Fueron muchas las trasnochadas vigilando el sonido de las rotativas de un desaparecido periódico en pleno barrio carnavalero. Y en más de una noche asistió y escuchó a detenidos y denunciados escondidos que, entre lágrimas, le contaban que los ayudara a no dormir en una cárcel. hoy no conoce la noche, duerme de seis a seis.

Por eso recuerda aquella amorosa noche. Y la relata como palpita en su memoria de jubilado. Fue una noche de jazz en sábado de luna llena. Invitó a LA SEÑORA SIN DUELO, serena y selena. Esperó en un semáforo para no perderse. Puntual estacionó el coche bajo la luz amarilla. Subió con sandalias de fin de semana. Le invitó a conversar, mientras el contrabajo de Cachao descargaba, transportándolos a la mismísima calle de La Habana, donde nació José Martí, el poeta de los versos sencillos. Era una noche coqueta.

El vehículo buscó el norte de una ciudad despierta. Encontraron una casona, patrimonio arquitectónico, de cuyo balcón se desprendía música de auténtica alegría caribe. Creía que era el lugar ideal. Ideal para hablar. Conversar. Estacionaron. La joven señora bajo y comenzó a subir la escalera de madera que conducía al balcón. Casi al cielo, como la escalera de “la bamba”. Entonces, contempló un espectáculo de piernas doradas que explotaban sobre el vestido vaporoso de un firmamento estrellado. Alucerado. Todo brillaba. el andar y el soñar.

Detrás del balcón se ocultaba un bar bohemio, en cuya pista pareja “daban pie” calmadamente. Sobre el balcón había una mesa no habitada. Sonámbula. En la misma aterrizaron alucinados, quedaron mirada a mirada. Face a Face. Y descubiertos a la luna y a los vientos que llegaban frescos desde el rio. Una botella de “gato negro” adornó vino al instante, mientras los compases del Latín Jazz envolvían corazones que se fusionaban en la noche.

El vino reposado embriagó la sangre. Los cuerpos se buscaron, más allá de las palabras, que no se llevaron las brisas. Llegaron los besos reprimidos y con ellos, el baile complacido. Poco a poco, la noche señalaba el momento para bajar del cielo. Nadie se opuso y sin ruido ni despedida bajaron aquella misteriosa escalera de madera, también desaparecida. En tierra, pero sin ancla, el vehículo encumbró más allá del norte, donde apenas asomaban los cimientos de unas nuevas urbanizaciones. 

Ebrios de trementina, los corazones desnudos buscaron ávidos el calor y la luz de la luna que, calladamente, los guiaba. A ese punto, sin nomenclatura, donde se fundieron en un solo cataclismo de pasión de vida desnuda y encanto retrasado. Desde entonces, el fuego anima aquellas vidas fundidas es un sueño, que para siempre guía esos cuerpos liberados en una noche amorosa de luna llena de septiembre. Recordar esa noche es para celebrar la vida entera y serena. Cada uno tiene su propia noche de luna.

La próxima: Mi lectura del libro “Censurado”

Nota: El contenido de este artículo, es opinión y conceptos libres, espontáneos y de completa responsabilidad del Autor.