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Por: GASPAR HERNÁNDEZ CAAMAÑO.
“…del Carnaval…no se puede dictar cátedra sobre cuál es la mejor forma de vivirlo”. Jesús Ferro Bayona. El Heraldo 11/2/24. _
Cuando la vida sigue aún nutriéndome la memoria de los recuerdos de todo vivido, decidí volver, una vez más, a las calles para descifrar, otra vez, esa pegajosa frase que identifica a nuestro Carnaval de Barranquilla:” quien lo vive, ¡es quien lo goza!”. Y desmentir a quienes desde su “cátedras pesimistas” proclamaron, a inicios de año, que el carnaval de pasto, el de blancos y negros“, había superado al nuestro.
Tal afirmación solo se la pudieron creer esos “profetas de la mala leche” en sus buho-ardillas, de roedores, porque el Carnaval 2024 demostró, a propios y extraños, que cada año evoluciona sin perder su esencia. la esencia del bordillo, de la esquina y de la igualdad social. Tanto que admitió en el desfile de La Batalla de Flores y en La Plaza de la Paz a una icónica carroza del Carnaval pastoso, la “Contra Viento y Marea”, acéfala.
Precisado el móvil de esta columna, viví los 4 días del Carnaval de “meme” y de Juventino en las calles de esta ciudad de mis amores. En una esquina de Siape disfrute, con unos baños de espuma, el desfile de la batalla de flores; y en la terraza de la familia Castilla, en el barrio San Felipe, compartí la gran parada del Carnaval de LA 44. El lunes decidí beber whisky y tomar sopa de “carne salá” con mis vecinos del submarino. Y el martes me fui a la calle 84 a vivir la conquista y la muerte, no eterna, de Joselito.
Como pueden observar me divertí, cada día, con ese espectáculo de colores, sabores, sonidos y ritmo que es, indefiniblemente, el carnaval de barranquilla en su esencial cultural. No fui a contemplar, sino a vivirlo, como lo he vivido durante las siete décadas que tengo de respirar las brisas del rio-mar y enamorarme, casi locamente, de las caderas cumbiamberas y las sonrisas de sol de las mujeres barranquilleras: verdaderas musas de la tradición desde la primera infancia atrevida a la vejez gozosa.
En el goce libre y sano, sin sufrir ningún maltrato ni abuso, me revivieron los recuerdos de todos los Carnavales, tanto del siglo pasado como lo corrido del actual. Desde ver, en los hombros de “Kaliman“, los actos del Carnaval en el Paseo de Bolívar, el Festival de Orquestas, tanto en el Coliseo como en el Municipal. Así como sentado en los bordillos de “veinte de julio“, de la via 40, de la calle 72 y en los palcos de la Cra 43 y/o en la Zona Industrial ver los sábados las batallas. Y bailar con los hermanos rosario en los Jardines Tropicales del Hotel El Prado.
Así que, reforzado con mis recuerdos del Carnaval, desde la infancia feliz, la adolescencia intrépida, la juventud laboriosa, la madurez familiar y de esta vejez consentida, decidí, en el yo observador de éstas fiestas sanguíneas, descubrir lo estético, lo ético y lo épico de cada uno de los eventos masivos e inclusivos a los que asistí, a fin de convencerme, otra vez, que nuestra Carnavales son únicos, no solo a los del resto del país y del Continente. Veamos.
En cada una de las manifestaciones del Carnaval, tanto en el ámbito de lo privado (cada quien lleva su fiesta) como de lo público, se exhibe un componente estético, solo que hay que apreciarlo en su contexto socio-cultural. Las comparsas, sus bailarines y músicos integran, con danza y vestuarios, un bello e irrefrenable espectáculo, no sólo callejero, sino excelente en cualquier escenario al que comparezcan. Es la estética de lo propio.
Así mismo aflora, como Rosa del Jardín de Epicuro, esa ética hedonista con que nacimos y contagiamos los barranquilleros cada año. Las nuestras son las fiestas más placenteras y desinhibidas de todo el Caribe. Beber, bailar, disfrazarse de cualquier cosa, comer hasta jartarse y parrandear carnal y espirituosamente en los días infinitos de momo, es la más grande catarsis que nosotros podemos “padecer” cada vez que sabemos que vivirlo es gozarlo. pura ética de pasiones felices.
Los barranquilleros en cada Carnaval “desnudamos” la templanza épica que nos permite, sin sonrojos, danzar bajo la canícula de un verano insufrible, por calles, esquinas y patios. Danzar y sonreír ebrios de trementina con un sudor cómplice. Somos batalladores de la alegría infinita que produce un disfraz, sin edad, y contagiarse de todos los sonidos que electrifican las venas y nos inundan de esa felicidad de sentirse igual que Joselito, llorado por múltiples “viudas” todas complacidas y satisfechas. épica de auténtica “marimondá”.
Recordando los “Congo de oro” de los Hernández Caamaño, obtenidos en los Carnavales de los años 70 y 80 del siglo pasado, debo decir que nuestro carnaval sigue siendo el más fidedigno encuentro de inclusión, muy a pesar de que su espectáculo callejero y bordillero se haya expandido por diversas zonas de la ciudad, producto del crecimiento urbanístico. el carnaval de barranquilla es uno solo, porque “quien lo vive es quien lo goza“, tanto en la 84 con en la 8.
La próxima: Incomprensión de la autonomía de poderes en el estado de derecho.
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