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Por: Jairo Eduardo Soto Molina

“El diálogo es la clave para resolver cualquier problema.”Yoyito Sabater

El actual presidente de Colombia, elegido en 2022, Gustavo Petro Urrego, exlíder del movimiento guerrillero M-19. Su gobierno ha impulsado una agenda de cambio, especialmente en temas de paz, justicia social y reconciliación. Salvatore Mancuso, por otro lado, fue uno de los principales comandantes de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC), un grupo paramilitar involucrado en numerosos crímenes y violaciones de derechos humanos durante el conflicto armado colombiano. Mancuso fue extraditado a Estados Unidos en 2008 por cargos de narcotráfico, pero ha expresado su disposición a colaborar con los procesos de verdad y justicia en Colombia.

El encuentro entre Petro y Mancuso se enmarca dentro de los esfuerzos del gobierno para avanzar en los procesos de justicia transicional, reconciliación y reparación a las víctimas del conflicto armado. La reunión busca obtener más información de Mancuso sobre los crímenes cometidos por las AUC, así como su participación en el conflicto, lo que podría ser clave para esclarecer la verdad y ofrecer justicia a las víctimas.

Este encuentro tiene un gran impacto político y social en Colombia, ya que refleja la intención del gobierno de Petro de dialogar con antiguos actores armados como parte de una estrategia más amplia de construcción de paz. Aunque genera controversia, especialmente entre aquellos que se oponen a cualquier tipo de amnistía o diálogo con ex paramilitares, también subraya la necesidad de enfrentar el pasado violento del país para construir un futuro más pacífico y reconciliado.

Este tipo de encuentros entre líderes políticos y excombatientes es más común en sociedades desarrolladas que han implementado procesos de justicia transicional y reconciliación avanzados, donde el objetivo es cerrar heridas del pasado a través del diálogo, la verdad y la reparación. Estos procesos buscan garantizar que las víctimas de conflictos armados o de regímenes autoritarios obtengan justicia, mientras se promueven la paz y la cohesión social.

Un ejemplo destacado es el de Sudáfrica, que creó la Comisión de la Verdad y la Reconciliación (CVR) tras el fin del apartheid en 1994. Este proceso permitió que víctimas y perpetradores compartieran sus testimonios, y que los responsables de violaciones a los derechos humanos pudieran obtener amnistía si confesaban sus crímenes. Este mecanismo no solo ayudó a esclarecer la verdad sobre los crímenes cometidos durante el apartheid, sino que también promovió un diálogo nacional sobre la reconciliación y la construcción de una sociedad más inclusiva.

Otro ejemplo es el de Irlanda del Norte, donde los acuerdos de paz de 1998, conocidos como los Acuerdos de Viernes Santo, marcaron el fin del conflicto entre republicanos y unionistas. Como parte de este proceso, se crearon marcos institucionales para el diálogo y la cooperación entre antiguos enemigos, lo que permitió que excombatientes de ambos lados se integraran en la vida política y social, facilitando la paz y la convivencia.

En ambos casos, las sociedades involucradas contaron con sistemas judiciales y políticos robustos que permitieron el desarrollo de estos procesos, apoyados por un consenso social amplio y mecanismos educativos que promovieron el entendimiento de estos diálogos como fundamentales para la paz.

En contraste, en países de América Latina, como Colombia, estos procesos son más recientes y han enfrentado grandes retos. La reunión entre Gustavo Petro y Salvatore Mancuso es un ejemplo de cómo Colombia intenta avanzar en esta dirección, pero aún carece de una infraestructura social y educativa adecuada para entender plenamente la importancia de estos diálogos. Esto refleja la necesidad de un modelo educativo que fomente una comprensión intercultural y crítica de la paz y la justicia, algo que otras sociedades ya han desarrollado como parte de su proceso de reconciliación.

Un modelo educativo intercultural en Colombia sería clave para ayudar a la sociedad a comprender la complejidad y la importancia de diálogos como el de Gustavo Petro y Salvatore Mancuso. Este tipo de enfoque educativo no solo fomenta el respeto por la diversidad cultural, sino que también promueve el entendimiento profundo de las distintas experiencias y realidades que han conformado el tejido social del país, especialmente en contextos de conflicto armado.

La complejidad de los diálogos de paz

Diálogos como el de Petro y Mancuso no son simplemente conversaciones políticas o diplomáticas; están cargados de dimensiones históricas, éticas y emocionales. Para que la sociedad colombiana pueda asimilar el valor de estas conversaciones, es necesario que los ciudadanos comprendan la importancia del perdón, la verdad y la justicia desde una perspectiva intercultural. Un modelo educativo que promueva estos valores ayudaría a las personas a ver no solo los hechos, sino también las razones más profundas detrás de los mismos.

Un modelo educativo intercultural permitiría:

  1. Comprender el conflicto desde múltiples perspectivas: Enseñaría a los estudiantes a reconocer que el conflicto armado en Colombia no es monolítico. Hay múltiples actores (guerrillas, paramilitares, Estado, víctimas) con diferentes motivaciones, ideologías y consecuencias en sus comunidades. El reconocimiento de estas perspectivas es esencial para entender los diálogos de paz.
  2. Promover el diálogo y la empatía: Este modelo incluiría el desarrollo de habilidades de comunicación y empatía intercultural, lo que permitiría que los ciudadanos comprendan las historias de las víctimas y los victimarios, reconociendo la humanidad en ambas partes. Se enseñaría que la reconciliación no es sinónimo de impunidad, sino un paso hacia la construcción de una paz duradera.
  3. Reconocer la diversidad cultural y social: La diversidad cultural de Colombia –con comunidades indígenas, afrodescendientes, campesinas y urbanas, entre otras– implica una variedad de experiencias del conflicto y la paz. Un modelo educativo intercultural permitiría que se reconozcan y valoren estas diferentes vivencias, creando un marco donde todos los ciudadanos se sientan incluidos en el proceso de reconstrucción del país.

Falta de una base educativa intercultural en Colombia

Actualmente, muchos sectores de la sociedad colombiana no logran asimilar plenamente la importancia de estos diálogos porque la educación no ha sido diseñada para promover una comprensión crítica y global del “otro.” La educación tradicional en Colombia se ha centrado en la transmisión de conocimientos, pero ha descuidado la formación en competencias interculturales que son fundamentales para enfrentar las complejidades del conflicto armado y sus secuelas.

Esta falta de base educativa lleva a una polarización social, donde sectores de la sociedad ven estos diálogos como inútiles o como una traición, sin comprender el contexto más amplio de la reconciliación. Un modelo educativo intercultural, al integrar estos aspectos en la enseñanza, ayudaría a evitar estas divisiones y promovería una ciudadanía más informada y capaz de comprender el papel crucial del diálogo en la paz.

Reconocimiento del “otro”

Uno de los grandes retos para la sociedad colombiana es el reconocimiento del “otro”, que implica aceptar y entender la existencia de aquellos que han tenido roles antagónicos en el conflicto. Un modelo educativo intercultural ayudaría a descomponer estereotipos y prejuicios, y permitiría que las personas vean a los excombatientes no solo como responsables de crímenes, sino también como actores necesarios en la construcción de la paz.

Este enfoque también ayudaría a que las víctimas sean vistas no solo como receptores de justicia, sino como actores centrales en la definición del futuro del país. Reconocer al “otro” en su totalidad es un paso fundamental hacia una reconciliación real y profunda.

Colombia debe avanzar hacia un modelo educativo con una perspectiva intercultural que permita no solo comprender las raíces de la violencia y el conflicto armado, sino también construir una cultura de paz basada en el respeto mutuo y el reconocimiento de las diversas realidades que componen su tejido social.

Este tipo de modelo educativo contribuiría de manera significativa a sanar las heridas históricas del país, promoviendo una comprensión más profunda y empática de las diferentes experiencias vividas por las comunidades afectadas por el conflicto. La perspectiva intercultural no se limitaría a enseñar sobre las diversas culturas, sino que integraría los principios del diálogo, la empatía, y el reconocimiento del “otro” en el currículum escolar y universitario.

Beneficios de un modelo educativo intercultural:

  1. Comprensión del contexto de la violencia: Una educación intercultural ayudaría a los estudiantes a analizar el conflicto armado en su totalidad, comprendiendo las causas estructurales y las consecuencias que ha tenido en distintas regiones y sectores de la sociedad. Esto incluiría el estudio de los factores económicos, políticos y sociales que llevaron a la violencia, así como las distintas formas de resistencia y sobrevivencia de las comunidades.
  2. Promoción del respeto mutuo: El reconocimiento de la diversidad cultural, étnica y social de Colombia es fundamental para crear un entorno donde todas las voces sean escuchadas y respetadas. Un modelo educativo intercultural enseñaría a los estudiantes a valorar y respetar las diferencias, lo que fomentaría la cohesión social y reduciría los prejuicios y la discriminación.
  3. Construcción de una cultura de paz: Más allá de simplemente entender el conflicto, este enfoque promovería la cultura de paz como una forma de vida, donde se privilegien la no violencia, el diálogo y la resolución pacífica de los conflictos. Esto es esencial en un país que está buscando superar décadas de guerra interna y crear una sociedad más justa e inclusiva.
  4. Reconocimiento de las múltiples realidades de Colombia: El país está compuesto por una gran variedad de realidades, desde las comunidades indígenas y afrocolombianas hasta los desplazados, campesinos, excombatientes y víctimas del conflicto. Un modelo educativo intercultural ayudaría a visibilizar estas realidades y a comprender que todas ellas tienen un rol crucial en la construcción de una paz duradera. Esto también incluiría un enfoque crítico sobre la memoria histórica, permitiendo que las futuras generaciones no repitan los errores del pasado.
  5. Fomento del diálogo y la reconciliación: La educación intercultural prepararía a los estudiantes para ser mediadores en sus propias comunidades, promoviendo el diálogo como herramienta para resolver diferencias. Este enfoque ayudaría a las nuevas generaciones a participar activamente en la construcción de una Colombia en paz, donde las diferencias se valoren como fortalezas y no como divisiones.

Un camino hacia la reconciliación y la paz

Para que este modelo educativo sea efectivo, es necesario que se implemente de manera transversal en todos los niveles educativos, desde la primaria hasta la universidad, con un enfoque en competencias interculturales, ciudadanía global y derechos humanos. Además, este modelo debería incluir la historia del conflicto colombiano desde diversas perspectivas, involucrando a las víctimas y excombatientes en los procesos de enseñanza, para que sus experiencias puedan servir como lecciones vivas sobre la paz y la reconciliación.

Avanzar hacia un modelo educativo intercultural no solo permitiría entender el contexto de la violencia en Colombia, sino que también ayudaría a construir una sociedad más justa, solidaria y comprometida con la paz. De esta manera, la educación intercultural sería una herramienta clave para asegurar que los errores del pasado no se repitan, y para fomentar un futuro donde la paz sea una realidad tangible para todos los colombianos.

Colombia debe avanzar hacia un modelo educativo que incluya una perspectiva intercultural, lo que permitiría no solo entender de manera más profunda el contexto de la violencia y la guerra que ha marcado su historia, sino también contribuir a la construcción de una cultura de paz fundamentada en el respeto mutuo y el reconocimiento de las diversas realidades que componen el país.

Un sistema educativo con enfoque intercultural permitiría que las nuevas generaciones desarrollen una comprensión más amplia de la diversidad étnica, cultural y social que caracteriza a Colombia. Este tipo de educación no se limitaría a impartir conocimientos sobre las diferentes culturas del país, sino que fomentaría el diálogo entre grupos diversos, la empatía hacia el otro, y el reconocimiento de las experiencias vividas por todas las comunidades, incluidas aquellas que han sido víctimas del conflicto armado.

Un camino hacia la reconciliación

Este enfoque permitiría que el sistema educativo sea un pilar fundamental en los procesos de reconciliación nacional, ya que formaría a las nuevas generaciones con una mentalidad abierta y comprometida con la construcción de una Colombia más justa e inclusiva. El reconocimiento del “otro” y el respeto por sus historias y realidades son esenciales para superar las divisiones sociales y políticas que aún persisten.

Colombia debe priorizar el desarrollo de un modelo educativo intercultural que no solo prepare a sus ciudadanos para entender el pasado violento del país, sino que también los capacite para ser actores clave en la construcción de una paz duradera, basada en la inclusión, el diálogo y el respeto por la diversidad.

Conclusión

En resumen, un modelo educativo intercultural en Colombia ayudaría a la sociedad a entender que la paz no se construye solo a través de acuerdos políticos, sino a través del reconocimiento de la diversidad de experiencias y la aceptación de que la reconciliación es un proceso complejo. Sin una base educativa que promueva este entendimiento, la sociedad continuará viendo estos diálogos con escepticismo o rechazo, en lugar de entenderlos como pasos fundamentales hacia una paz inclusiva y sostenible.

El encuentro entre Gustavo Petro y Salvatore Mancuso marca un momento crucial en la historia reciente de Colombia, ya que pone en evidencia la importancia del diálogo entre antiguos adversarios como un paso necesario para avanzar hacia la paz y la reconciliación. Este tipo de encuentro no solo es simbólico, sino que también tiene el potencial de transformar el enfoque del país en relación con su pasado violento, abriendo puertas para una justicia transicional más inclusiva, donde las voces de todos los actores involucrados —víctimas, excombatientes y gobierno— son escuchadas y reconocidas.

El significado de este encuentro radica en que Petro, como presidente, busca explorar nuevas vías de reconciliación que incluyan a los excombatientes en la construcción de la paz. El diálogo con Mancuso, exlíder paramilitar, muestra la disposición del gobierno a examinar los crímenes cometidos por actores no estatales y su relación con el Estado, lo que podría ayudar a esclarecer la verdad y contribuir a la reparación de las víctimas. Esto podría marcar un precedente importante en un país donde la guerra ha fragmentado a la sociedad durante décadas, y donde las iniciativas de paz anteriores no siempre han logrado sanar las heridas.

Además, este encuentro tiene el potencial de sentar las bases para una nueva fase en el proceso de paz, basada en el reconocimiento de las múltiples narrativas del conflicto y la inclusión de todos los sectores en las discusiones sobre el futuro de Colombia. Puede servir como modelo para futuros diálogos entre el Estado y otros grupos que aún no se han integrado completamente en los procesos de paz, como las disidencias de las FARC y otros grupos armados. Si se maneja correctamente, este diálogo podría ser visto como un ejemplo de cómo la reconciliación no es solo un proceso político, sino un esfuerzo colectivo que involucra a toda la sociedad.

La necesidad de una transformación educativa

Sin embargo, para que este encuentro marque un verdadero cambio en Colombia, es crucial que el país transforme la manera en que educa a sus nuevas generaciones. Se necesita una educación que promueva una comprensión profunda y crítica de los conflictos históricos que han afectado a la nación. Esto implica enseñar sobre las causas estructurales de la violencia, el papel de los diferentes actores y las complejidades del proceso de paz. Un modelo educativo que incluya una perspectiva intercultural no solo ayudará a las futuras generaciones a comprender mejor el contexto de estos diálogos, sino que también fomentará el respeto mutuo, la empatía y la solidaridad entre los ciudadanos.

Para lograr un verdadero cambio, la educación debe ir más allá de la transmisión de conocimientos académicos y convertirse en una herramienta que permita a los estudiantes reflexionar críticamente sobre los problemas sociales y políticos de su país. Esto es esencial para que las generaciones futuras puedan participar activamente en la construcción de una paz duradera, basada en la verdad, la justicia y el reconocimiento de todas las voces, incluidas las de quienes alguna vez fueron parte del conflicto.

Solo a través de una educación transformadora, que reconozca y valore la diversidad y que forme a los ciudadanos como actores de cambio, Colombia podrá avanzar hacia una reconciliación plena y una paz sostenible.

Cita al cierre: El diálogo abierto y sincero nos permite construir puentes de entendimiento y empatía con los demás. Yoyito Sabater.

Tomémonos un tinto, seamos amigos, Sigan siendo felices, Jairo les dice

Nota: el contenido de este artículo, es opinión y conceptos libres, espontáneos y de completa responsabilidad del Autor. Jairo Eduardo Soto Molina, Profesor de tiempo completo titular, investigador 1279 (80), Doctor en ciencias Humanas, Par académico MiniCiencias-MEN