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Por. César Gamero De Aguas

En diciembre no solo llegaban las brisas frías en el barrio El Rincón, también llegaban las fiestas y con ellas un derroche de alegrías, gozo y festejo que se apoderaban de cada espacio en aquel populoso sector. Era sin lugar a dudas, otros tiempos, el pueblo no tenía fluido eléctrico y la ciénaga era rica, una abundancia significante de peces alimentaba a toda la población. Las fincas y parcelas tenían en su mayoría una ganadería promisoria, y la agricultura representaba el mayor de los ingresos por familia de aquella época dorada. Los últimos meses del año significaban de alguna manera, un jolgorio generalizado de fiestas. Las personas se reconocían por los apellidos y aún existían los vestigios indeterminados de los “aparatos en los caminos”, de los cuales hoy en día poca gente habla. Para entonces la experiencia desagradable vivida por la señora Anuncia Alfaro a manos del Mohán en la ciénaga, se convertía en un hecho histórico y de larga trascendencia. Otras versiones orales como el Curtio de Loma Grande y la enorme culebra de la ciénaga, formaban parte de un folclor naciente que se enriquecía de los hechos diarios al interior de la comunidad. El barrio El Rincón, de características populares y míticas, era el sector de la mayoría de pescadores del pueblo, señores como Pachín Barrios, Luis Escorcia, Juancho De Aguas, entre otros se constituyeron en leyendas vivas de este vernáculo oficio.

Por aquellas épocas algunas viviendas de bahareque tenían sus hatos en los traspatios, era una sociedad comunitaria como pocas que subsisten en la actualidad y que ponen de manifiesto una supervivencia basada en el cooperativismo. Las personas eran tratadas con mucha decencia, existía el respeto por la palabra, la consolidación del amor se daba a través del matrimonio, solían casarse en el mes de diciembre, Semana Santa y en junio. Los novios con sus familias se preparaban para dar ese gran paso y otras parejas en escala menor se “salían” de sus hogares en medio de un murmullo generalizado que se disipaba lentamente en el desarrollo del día a día del pueblo. Las mujeres amantes de aquellas jaranas improvisadas en el barrio Rincón acudían a sus diferentes esquinas, en especial aquellos bailes organizados por Elio Orozco, un hombre con una sonrisa eterna. Allí en medio del salón callejero las mujeres y hombres disfrutaban de una tarde de música que en muchas ocasiones se prolongaba hasta tardes horas de la noche y uno que otro pernicioso que amanecía, escuchando la música de Abel Antonio Villa, Pacho Rada y Landero.

La historia da cuenta que muchas mujeres asistían a los bailes de precarnaval y de carnaval disfrazadas de hombre, con sus caras ocultas bajo una máscara de satín con colores de carnaval, que muchas encargaban a Elio y que este las traía desde la folclórica Puerta de oro de Colombia, y entonces una plétora de curiosos incluidos unos jóvenes traviesos que no respetaban ni al mismísimo diablo llegaban a la diversión. La idea era no mostrar el rostro, esa era la magia, para ello se acudía también a colocarse en la cara unas medias veladas decoradas, pequeñas fundas, antifaces de papel y otros que propiciaran una diversión sana desde el ocultamiento y el anonimato.  

En medio del berroche y la diversión no podía faltar aquel joven atrevido que bajo los efectos del ron caña “gorriao”, se atrevía a quitar la máscara o el antifaz que ocultaba el rostro de la furtiva bailarina, y con ello poner al descubierto su identidad. Fue en uno de esos bailes de noche prolongada donde mi abuela materna Dominga Villa Alfaro encontró su único amor, el cual su corazón con poderes de debilidad se negó rotundamente a marchitar.

El salón de Elio se adornaba con bolas de icopor decoradas, cadenetas elaboradas con papel encerado y crepe, lámparas con estilo quinqué o de gas, uno que otro mechón, y no podía faltar el tradicional pickup que llevaba su mismo nombre, que con su música legendaria retumbaba en toda la población. La cultura popular del barrio el Rincón aún evoca con sed de nostalgia todo ese pasado reciente que se constituyó en una génesis de una tradición ancestral que forma parte de su folclor. Todo ese acervo cultural persiste y se nutre de las nuevas generaciones, con unas mujeres empoderadas que respiran folclor y tradición y que mantienen vivo este legado con matices y aires vanguardistas, sin perder aquella esencia dejada y marcada por nuestras legendarias mujeres. Para aquellas valerosas de innato folclor y de las cuales aún quedan pocas, mi debido respeto. El aura de sus accionares vive allí, allí en esa plantación de rincones arenosos que se entrecruzan con aires de felicidad, donde se hallan los recuerdos mágicos y las melancolías inolvidables que se resisten a desaparecer. Con sus vestidos de organza y sus rostros ocultos que representan pese al rigor de los años una identidad única e irrepetible. Allí en ese nuevo rincón con mañanas de cantos de gallos y hombres que se levantan a sus labores de campo, hay miles de historias, que parecieran ocultarse entre las máscaras de satín y de carnaval, un baile de pajarito, un vallenato de antaño y la próxima fiesta en el barrio El Rincón que espera por nosotros y que nos hace revivir un pasado inmortal, una catarsis indescriptible que nos convoca hacia la felicidad de nuestra tradición.

“Conóceme por mis habilidades, no por mis discapacidades”-Robert M. Hensel.

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