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Por: GASPAR HERNÁNDEZ CAAMAÑO
Epicuro, el filósofo de la Grecia antigua que cultivo el placer en el bien vivir en su prestigioso jardín, enseñó que, entre las muchas felicidades, existen cuatro que aprendió observando a los animales. La primera de ellas es comer bien, como un león soltero. Michel Foucault, filósofo de la postmodernidad, señaló que la dietética es, al igual que la erótica, presupuesto para una personalidad autónoma. Liberal. Propia.
Ese referente epistemológico, como hablan los Ph.Ds, me permite comprender más allá de cualquier “duda razonable”, el por qué se “me hace agua la boca” cuando me entero, por las noticias, que celebran festivales de fritos, ya sea en las calles del colorido Barrio Abajo, o en los parques de la nostálgica Cartagena de Indias o en El Malecón de mi querida Barranquilla Linda. Una vez me llamaron “mantequero” al regresar oloroso a fogón, creyeron que tenía una “novia” fritanguera en Simón Bolívar.
En el Malecón del Rio

¡Tan bien definido tengo mi paladar, el gusto es el más universal de los cinco sentidos porque la lengua, según la biología, nos guía a todos los buenos placeres de la humana y salvaje vida, la que gracias a dios! a diario disfrutamos. Así que a mi paladar no le soy infiel. Le brindo tributo. Él orienta mis amaneceres y esas debilidades cotidianas. Entonces, tengo un gusto cultivado en la típica culinaria barranquillera, costeña y caribeña.
En ese orden, también aprecio las letras y el cine que valoran, desde la belleza, todo aquello que representa la gastronomía en la cultura de los pueblos salvajes y civilizados. Recuerdo las lecturas, por ejemplo, de: Gargantúa y pantacruel de François Rabelais, como agua para el chocolate de Laura Esquivel. Y la película la gran comilona de Marco Ferrari que ví en un Festival de Cine de Cartagena: ciudad para ver y comer.
En el parque”Los Zapatos Viejos”

Definido en mis debilidades gastronómicas, frecuento entonces cada fritanga de esquina, de patio o con aire acondicionado, donde descubro los sabores de Río, Mar, Brisa y Sol. Y polvo. No oculto el placer ante una empanada de queso derretido, una arepita de maíz con anís o una humeante y crocante arepa con huevo. Pero, lo confieso mi debilidad, la que me hace caer de rodillas ante los pies calzados de perlas doradas de una ninfa recuperada, son los buñuelos de frijol cabecita negra y un tinto doble. Placer infinito.
Tal debilidad del paladar, en libertad de nutrirse de lo que “Le plazca”, me llevó el pasado 2 de febrero -fiesta de La Candelaria- al festival del frito cartagenero porque incluía, entre sus promocionados manjares criollos, el buñuelo de frijol cabecita negra. Pero la experiencia no fue grata, en razón a que las fritangueras de “La Heroica” mezclan la dúctil masa de la leguminosa con azúcar.
Así que, al ser “lanzada” la masa azucarada al caldero con manteca hirviendo, el buñuelo cartagenero sale “quemado”, achocolatado. dulce, sabor que lo hace incompatible al madurado paladar killero, educado en los encantos de los buñuelos caseros o esquineros de piel o costra de color acaramelado y vientre blanco perla. El sabor del buñuelito, así en diminutivo, currambero es mana del cielo. O sea, otro nivel. Para mí un amor a primera vista. Además, perseguido.
También el Distrito de Barranquilla, para celebrar los 212 años de fundación en VILLA, convocó a un festival de fritos, a realizarse en el Gran Malecon del Río. Guarde entre pecho y espalda el dato. Y el domingo 6 de abril enrumbe, caminando de frente a las brisas, hacia la ribera del Magdalena más visitada de Colombia. Mi paladar iba de fiesta. Sonámbulo veía empanadas de carne, caribañolas de queso costeño, arepas de dulce y de huevos. Todo caliente y crocante. un banquete mental.
La experiencia no fue la deseada, porque hacer cola (fila) bajo los rayos del sol de cuaresma, de curramba, para desayunar, después de 2 horas de a pie, me recordó a La Habana un mediodía que quise comprar un ron de Oriente. El público “hambriento” desbordaba, esa mañana, el estrecho espacio de El Malecón asignado al Festival. La demanda era superior a la oferta. Con paciencia de cardíaco logre “adquirir” dos arepas de huevo, de promasa, y un jugo de corozo. Busqué sombra y pensé: a barranquilla todo le queda chiquito, pequeño.
Todas las molestias presentadas son justificables por ser la primera vez que el gran malecón del río alberga evento como ese. Pero es oportuno decir, que el crecimiento urbano y poblacional de Barranquilla, cada día más, exige mayor preparación, pues el turismo, nacional e internacional, va en ascenso para beneficios financieros y laborales de nuestra gente. Definitivamente, un frito killero es un placer de puro hedonismo.
La próxima: Celebraciones mil en abril.