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Por: Adlai Stevenson Samper
El estilo es de alarde, bombos y platillos, magnificados por medios de comunicación cooptados y prestos en su rol de caja de resonancias de las ejecutorias de los últimos alcaldes de Barranquilla. Tantos kilómetros de calles construidos, servicios, colegios, tanques, parques, puestos de salud, todos convenientemente rotulados con el híper concepto mega y para justificar sus colosales dimensiones agregan del Caribe, de Suramérica y en estos días alcanzaron el súmmum continental, sobre Estados Unidos, Canadá y Brasil señalando de “América”.
Si se trata de megacolegios, sostienen que allí hay alta calidad de educación con jóvenes “pilos” y colocan ejemplos de colegios puntuales. Si se trata de un canje tributario del predial por una vía que solo beneficia al mismo que la construyó sostienen que es una construcción a futuro que mejora ostensiblemente la movilidad. Lo que no argumentan es que se trata de proyectos a medias que les faltan importantes componentes para se integren de verdad a la desastrosa red vial.
Varios ejemplos al respecto. La ampliación de la carrera 20 de julio a dos carriles desde el sector de Miramar hasta la circunvalar es curioso pues esa carrera cruza Barranquilla en un solo sentido y su empalme con la circunvalar ameritaba un puente con orejas en función de distribuidor de tránsito. La idea era propiciar a los inversionistas constructores del barrio Alameda del Río con rápida conectividad con el norte de la ciudad sin necesidad de largos rodeos. No lo hicieron y los constructores tampoco. No les ofrecieron, por mínima norma de prudencia urbana, a los habitantes de los apartamentos comprados la solución de un puente peatonal para pasar de un lado a otro por la peligrosa Circunvalar. Una incorrecta inducción al suicidio pasar de un lado a otro. Acto extremo que obligó a la solución facilista de colocar semáforos paralizando el tráfico en una vía rápida, fomentando los trancones y convirtiendo los canales de desaceleración de ingreso a Alameda del Río en inanes. Total, la carrera 20 de julio se encuentra subutilizada pese a sus costos integrales de $70.000 millones de pesos que bien podrían servir para otras cosillas más importantes y necesarias.
Es el mismo caso de la Avenida del Lago, construida por el grupo Argos en terrenos de su propiedad que obviamente los valorizan al colocarlos a disposición de la oferta de terrenos valorizados por sus constructores. 1.8 kilómetros que desembocan en misteriosas curvas en la circunvalar sin distribuidor de tránsito y sin puente. Una obra a futuro de dudosa utilidad social para la ciudadanía y un buen negocio para los constructores de la vía y propietarios del terreno.
La carrera 38, cerrada por 8 años tras los tristemente célebres deslizamientos de las laderas desde el sector de Las Terrazas, Ciudad Jardín y Campo Alegre fue construida, con bombos y platillos, como si fuese una mega obra de ampliación integral de la importante carrera desde sus inicios en el terminal marítimo hasta Juan Mina, con presupuestos nacionales dispuestos para tal fin, de lo que solo se puede mostrar el tramo de Las terrazas hasta un parte lateral de Campo Alegre. El tramo que va desde la peligrosa glorieta de la 38 con circunvalar hasta la zona de los moteles bautizada por el alcalde Char como “la vía del amor”, ameritaba dos carriles merced a su alto tráfico de camiones por zonas francas y fábricas, receptora de la llamada circunvalar de la prosperidad a la que por cierto no les hicieron orejas ni retornos para ingresar a Barranquilla por la zona de la carretera. Obras a medias e inconclusas en sus detalles.
El debate sobre la utilidad del malecón del río, más allá de la narrativa sobre sus virtudes terapéuticas paisajísticas y el anhelo de un falso “rencuentro con el río” es conveniente propiciarlo. No por enemigos de la obra, loable cuando existen recursos para este tipo de proyectos, sino por las connotaciones del verdadero e histórico marco urbano de crecimiento de Barranquilla que no fue precisamente en las riberas de río Magdalena. No. Su formación fue alrededor de caños y ciénagas de ese mismo río, hoy en día –pese a las millonadas invertidas- en absolutamente deteriorados, convertidos en basureros y cloacas. Así que no hay tal espalda al río sino espalda a los caños en lo que constituye un verdadero crimen histórico ambiental.
Pero los problemas del malecón son mucho más complejos de los que ofrece la vista del Magdalena y sus barquitos pasando con dificultades en el canal navegable que tanta alarma produce por sus bajas y encallamientos todos los años. Son problemas del olfato por el tenaz olor a alcantarilla que surge permanente en algunos de sus tramos que se reparte en gotas minúsculas por los vientos bajo la dirección de 45° noroeste en todos sus ámbitos cercanos: parques donde juegan infantes, restaurantes y teatros al aire libre con un agravante: en una ciudad contaminada por el virus covid, algunos estudios señalan que este puede “viajar” en aguas y heces fecales.
Hubo unas obvias ganas de “sacar el pecho”, frase rimbombante profusamente usada por los aparatos de comunicación de la Alcaldía, sin entrar en consideraciones de las verdaderas necesidades de la ciudad en materia de saneamiento ambiental. Para decirlo con toda la franqueza del caso: construyeron una vía con instalaciones recreativas sobre unos botaderos de mierda, obviando la planificación que aconsejaba construir recolectores para llevar estas aguas servidas a unas lagunas de depuración en la zona del barrio Las Flores tal como lo indicaron varios estudios al respecto, para luego verterlos al río. La tapa del pomo; como dicen los puertorriqueños, es que a menos de un kilómetro de estas aguas servidas negras se encuentra la bocatoma de un acueducto, hecho expresamente prohibido en la legislación de aguas.
La obra del malecón fue construida con recursos de préstamos bancarios, fondos distritales y nacionales. Pese a que evidentemente planteaba una valorización de terrenos aledaños a la construcción de la vía, no se generó el llamado proceso de plusvalía urbana para que estos propietarios de lotes que aumentaban su valor comercial y cofinanciaran, a través de este mecanismo constitucional, la cuantiosa inversión realizada por el distrito de Barranquilla con los bolsillos de todos los ciudadanos.
El tema de la escorrentía de los arroyos llevando las aguas a canalizaciones subterráneas tiene una indudable necesidad urbana en algunos puntuales tramos. En otros la ciudad se había acostumbrado a convivir con ellos y de contera, por especificaciones mal formuladas de su diseño –por ejemplo el arroyo del Hospital- se crearon nuevos arroyos o se olvidaron en su trazado que allí vivían personas que las afectarían en sus especificaciones técnicas. Las recientes inundaciones en ese sector del barrio Rebolo era hecho cantado desde hace más de 3 años con pedidos de intervención y acciones de tutela.
La recuperación de los parques es punto a favor de las verdaderas necesidades ambientales, culturales y recreativas de la población barranquillera pero se sigue careciendo de un gran parque, con arboledas, jardines, fuentes de agua y senderos. No lo hay. El del barrio La Victoria se encuentra a medias y al padre Cyrilo del barrio La Paz le pegaron conejo presentando un megaparque, otra vez lo grandioso, en renders denominado Bicentenario que serviría como un gran pulmón para una amplia zona de los estratos uno y dos de la ciudad.
Hablemos de la cuantiosa inversión en los estadios construidos o reconstruidos para los Juegos Centroamericanos del Caribe 2018 con la particularidad que Barranquilla tiene una infraestructura en tal sentido que desde ya los tiene soñando en pedir la sede de los juegos panamericanos de 2027. Muy bien que se organicen estos eventos pero mucho mejor que todos esos escenarios fuesen usados por la ciudadanía en sus actividades deportivas y recreativas. Algunos muestran mínima utilización y servicio así que “sacar pecho” por tres estadios de futbol no deja de ser balandronada ante su escaso uso social.
A todo el país le vendieron la imagen de un óptimo servicio de salud con caminos, pasos (los nombres que les dan) a estos centros hospitalarios. Pues tuvo que aparecer la pandemia para desnudar la verdad del cuento. Hospitalitos de pueblo, de segunda y tercera complejidad y evidentemente escasos para los usuarios que constituyen, potencialmente, más de media ciudad (650.00 habitantes). No dan abasto y si a ellos se agregan los mercaderes de la salud privada que optimizan ganancias y reducen servicios, puede entenderse el terrible paso del virus por Barranquilla. Todos decían lo mismo. Que ese sistema era tan bueno que venían –y eso es cierto ante la ausencia de un gran hospital regional, departamental, arrasado por la corrupción, – de toda la costa buscando sus servicios. Pero con instalaciones sin diseño de bioseguridad para este tipo de circunstancias sanitarias.
Hasta acá vemos que gran parte del discurso de eficiencia administrativa planteada por los aparatos de comunicaciones no corresponden a la realidad. Que es una escenografía que funciona con eficiencia en la fachada pero que detrás, carece de casi todo y tal situación el ciudadano menos ilustrado percibe visiones y se solaza con lo presentado pero intuye, en su fuero íntimo, que tanta belleza de eficiencia administrativa poco le benefician.
Ese fue el origen de toda la insatisfacción ciudadana cuando la alcaldía empezó con sus rogativas y resoluciones en torno a cumplir lo preceptuado para contener la expansión del virus. Por un oído le entró y por el otro, raudo, salió. Y a ello se le suma, y tiene relación con estos niveles de desprecio ciudadanos a las disposiciones del ejecutivo distrital, a las falencias del sistema económico de la ciudad pegado con babas. Contracción del consumidor, altos servicios públicos, impuestos altos, poca competividad a nivel nacional y más a nivel internacional. En un reciente análisis de la Universidad del Rosario hecho en consuno con el Consejo Privado Colombiano de la Competividad, ubica a Barranquilla (cuarta ciudad en demografía en Colombia) en el octavo lugar de competividad de su área metropolitana, posición que repite por segundo año.
No hay recursos de inversión, ni empleos formales que han disminuido dramáticamente con la pandemia. El presidente de la Cámara de Comercio Manuel Fernández reconoció a principios del mes de junio que la informalidad constituye el 60% del comercio, cifra que seguramente ha aumentado con las secuelas del virus sobre el aparato productivo. Barranquilla es una ciudad en que los profesionales jóvenes –y otros más de mayor edad especializados- les toca irse ante la oferta de empleos en esos oficios que además, otro galardón nacional, son los salarios más bajos del país. La percepción de la estrechez económica es palpable en los “dueños de espacios” de parqueo, limpiaparabrisas, mendicidad, ventas callejeras de todo tipo, mototaxismo, prostitución, drogadicción y criminalidad en la marginalidad y la exclusión.
Nada, reitero, para sacar pecho ni mostrarse con eficiencia en una ciudad endeudada hasta los tuétanos que se verá en calzas prietas para su cumplimiento en los próximos años y que llevarán, es inevitable, a mayores niveles de impuesto predial y comercial lo que lleva en consecuencia a que posibles inversionistas, tras los correspondientes estudios sobre la realidad financiera y tributaria de la ciudad, huyan despavoridos donde les ofrezcan mejores condiciones para su inversión. Hay empresas sólidamente constituidas que en sus proyectos de expansión han planteado, como posible estrategia, salir de Barranquilla. Así como lo oyen. Escape del paraíso, que es buen nombre para una película de acción.
Todas estas maravillas mientras a la Barranquilla le echan durante cuatro años el cuento del “Gallo Capón” con la intervención del teatro Amira de la Rosa. Una ciudad sin sistema cultural propio: sin teatros, sin bibliotecas, museos, galerías, orquesta sinfónica, canal institucional y cultural de televisión, fonoteca, fototeca, cinemateca y sigue la larga lista de carencias difícilmente puede construir historia, identidad y ciudadanía. Una ciudadanía culta y educada que conozca sus derechos y obligaciones con la que la administración pueda interactuar, tal como lo señala la constitución y las leyes, en tiempos normales y más en periodos de urgencias.
Pero tampoco. Ese es un monologo de manipulación y apariencias en que la consigna es mantener el estatus quo de ignorancia pues obviamente es más fácil tenerla controlada como un rebaño de mansas ovejas a la que le pintan, por apariencias, una lista falsa de necesidades urbanas adobadas con Junior y Carnaval.
Seguiremos, bajo ese esquema, descendiendo en los rankings nacionales mientras los próceres locales ascienden vertiginosamente en los vericuetos del poder.
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