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Por: Percy Bustes

Era un 14 de marzo de 2020. Mi esposa y yo hacíamos los últimos preparativos para regresar a nuestra casa en California luego de pasar la Navidad en Lima, Perú; visitar a la familia, resolver pendientes, comer rico y juntarnos con amigos.

Durante varias semanas, me había reunido con mis primos/hermanos, ex compañeros del colegio, ex compañeros de la universidad, del trabajo, del barrio. Me reencontré con personas que no veía desde hace muchísimos años, a algunos no los reconocí en el momento, pero a la mayoría sí.

Seguro lo mismo le pasó a varios cuando me vieron. Las redes sociales permiten mantener el contacto a pesar de la distancia, pero no hay nada como conversar frente a frente; tiene otro encanto Había escuchado acerca de un nuevo virus en China, pero no le di mayor importancia.

Pensé que era como otros que aparecieron durante los últimos 20 años en Asia, África o el Medio Oriente y no llegó ninguno creo, a mil muertos en todo el mundo. La aerolínea en la que viajaríamos canceló nuestro vuelo, utilizó toda su flota disponible para hacer vuelos nacionales cobrando el quíntuple por cada pasaje durante dos días hasta que cerraron el aeropuerto de Lima y decretaron la cuarentena obligatoria… Nos tuvimos que quedar 8 meses más, sin poder viajar principio, las cifras de muertos nos parecían tan lejanas. Primero Italia, luego España, todo Europa se volvió un manicomio.

Cuando vimos por TV las imágenes de New York no lo podía creer, pusieron contenedores refrigerados en la puerta de los hospitales para guardar a sus muertos. Luego llegó la ola a Perú.

La pandemia desnudó el pésimo estado de los hospitales y centros de salud. No había camas UCI, tampoco suficientes médicos internistas, no había suficientes camas hospitalarias, las personas se morían en la puerta de los hospitales por falta de oxígeno, pero yo, lo seguía viendo todo como distante, ninguna persona de mi entorno había fallecido.

Los que enfermaban lo ocultaban y nos enterábamos cuando ya lo habían superado o no nos enterábamos. Hasta que empezó a ocurrir: El primero fue un ex compañero de la universidad, había hecho uso de la palabra en el desayuno de camaradería, tan amable, carismático, siempre con la sonrisa a flor de labios… Se fue. El segundo un ex compañero de trabajo, habíamos cruzado algunas palabras en el almuerzo de reencuentro, incluso le hice un par de bromas; mientras escribo estas líneas veo su rostro bonachón. Como si hubiera un orden pre-establecido le tocó el turno a un vecino del barrio donde crecí, ya la cosa se estaba poniendo seria; a partir de ese momento la lista se aceleró, caían amigos de diferentes momentos de mi vida, no lo podía creer; el papa de fulano, la hermana de zutano, … murió mi jardinero en USA; hasta hoy guardo el recuerdito de Perú que le compré. Comenzamos a racionalizar: “El 85% de los contagiados por COVID 19 no presentan síntomas o son muy leves, el 10% hace la enfermedad, pero no requiere hospitalización, el 5% tiene complicaciones y de ese grupo, el 2% del total de contagiados fallece.” La idea de que “a mí no me va a tocar” empezó a desvanecerse. Aprendí el significado de “comorbilidad” que se refiere a mis dos enfermedades: Diabetes e Hipertensión arterial a la vez.

Oficialmente, la cifra de muertos en el mundo no llega a 4 millones de personas. A pesar que es un número grande, se estima que los fallecidos por COVID 19 podrían ser a la fecha, más de 17 millones debido a que muchos no son diagnosticados o mueren en sus casas. Sobre todo, en el llamado “Tercer mundo “Hasta aquí un dato: TODOS LOS QUE ESTAMOS LEYENDO ESTO, VAMOS A MORIR. Sí, claro. No hay nada más cierto en este mundo incierto.

Tarde o temprano, a todos nos va a tocar. Lo que pasa es que no nos gusta hablar de la muerte, generalmente evitamos hablar de la muerte; incluso hay personas que creen que hablar de ella es atraerla; nos cuesta hablar de este tema porque evoca situaciones de pérdida, de tristeza; genera pena, sufrimiento. Pero ha llegado el momento de hablar de la muerte en forma libre, oportuna, temprana y adecuada. Primero porque hablar de la muerte ayuda a vivir mejor, nos hace “pisar tierra” — Por ejemplo — Cada día es más común hacer un documento de “Voluntades Anticipadas” que es un instrumento en el que la persona con capacidad de ejercicio y en pleno uso de sus facultades mentales, manifiesta la petición libre, consciente, seria, inequívoca y reiterada de ser sometida o no a medios, tratamientos o procedimientos médicos y nombra a otra persona (representante o apoderado), para que tome las decisiones cuando ya no podamos hacerlo. Incluso puede incluir instrucciones sobre nuestro entierro, repatriación o incineración de los restos mortales, entre otras cosas. Segundo porque evita dejarles a nuestros seres queridos una carga cuando ya no estemos. El no tener que lidiar con nuestros pendientes les permitirá superar de mejor manera nuestra ausencia. No dejemos que la muerte nos tome de sorpresa. Hablemos con nuestros seres queridos más allegados y tomemos decisiones juntos, si es necesario. Y cuando somos nosotros los que hemos perdido un ser querido (también aplica para grandes fatalidades, divorcio, estafa, perder la casa, el auto, el mejor amigo), es bueno saber que tras una gran pérdida nos enfrentamos a un proceso psicológico llamado DUELO y aunque la mente humana no es una máquina, este duelo tiene cinco etapas bien definidas (aunque se pueden dar en diferente orden):

1.- Negación: Sensación de irrealidad o incredulidad. Puede verse acompañada de una congelación de las emociones. A veces nos quedamos enganchados en la negación por más tiempo que el habitual y es porque si reconocemos el problema, tendremos que hacer algo al respecto.

2.- Ira: Se activan sentimientos de frustración e impotencia que pueden acabar en atribuir la responsabilidad de una pérdida irremediable a un tercero. También hay personas que se quedan atrapadas en una reclamación continua que les impide despedirse adecuadamente del objeto amado.

3.- Negociación: Se comienza a contactar con la realidad de la pérdida al tiempo que se empiezan a explorar qué cosas hacer para revertir la situación.

4.- Depresión: Sería más correcto llamar a esta fase “pena” o “tristeza” perdiendo así la connotación de que se trata de algo patológico. Se comienza a contactar con lo que implica emocionalmente la ausencia, lo que se manifiesta de diversos modos: pena, nostalgia, tendencia al aislamiento social y pérdida de interés por lo cotidiano.

5.- Aceptación: Llegada de un estado de calma asociado a la comprensión, no solo racional sino, también emocional, de que la muerte y otras pérdidas son inherentes a la vida humana.

El duelo es la herida que no se ve. Es como la pérdida de una parte de nosotros mismos. Debemos aprender a vivir sin eso y curar la herida. El dolor tiene necesidad de ser escuchado. La duración y la intensidad es diferente en cada persona, sin embargo, a veces no es suficiente la familia o amigos para superar una pérdida y se hace necesaria la ayuda de un profesional, un terapeuta, un tanatólogo.

¿Cómo encarar la muerte? — Pienso que, en la vida cotidiana, pero sobre todo frente a una enfermedad terminal, por ejemplo, hay que poner el tema sobre la mesa. Llamar a las cosas por su nombre, no “dorar la píldora” no estar en negación, es peor. Todos los seres humanos estamos cableados por la empatía. La Mirada cálida y sincera de un amigo o de un familiar, reconforta al enfermo. Que no nos vayamos de este mundo sin haber dicho esas pocas palabras que pueden significarlo todo: Perdóname — Gracias — Te perdono — Estoy orgulloso de tí — Te quiero (fuiste muy importante para mí).

Hay muchos libros que hablan de lo que se arrepienten las personas antes de morir. Y no las hacemos justamente porque vivimos como si nunca fuéramos a morir o que falta mucho para que nos llegue el día de la muerte.

Casi todos los autores coinciden en que el principal arrepentimiento de mucha gente es “Ojalá hubiera tenido el coraje de hacer lo que realmente quería hacer y no lo que los otros esperaban que hiciera”

Estamos en medio de una pandemia. Por su magnitud, es la peor crisis sanitaria de la historia, también estamos pasando la peor crisis económica que ha destapado la peor crisis política y social. Sin ser pesimista, por el calentamiento global, se vienen mayores cataclismos climáticos (sequías, inundaciones, huracanes, terremotos, tsunamis, etc.) probablemente nuevas pandemias; las cosas a la larga no van a mejorar, van a empeorar. Lo bueno es que si tú decides cambiar totalmente de giro y hacer lo que realmente te gusta y si eso te va a servir para ganarte la vida no lo pienses más y cámbiate de inmediato. ¡Deja tu zona de confort! No vas a tener otra oportunidad mejor.

Que hoy empiece tu nuevo camino. ¡¡Tu Nueva Normalidad!!

Nota: El contenido de este artículo, es libre, espontáneo y de completa responsabilidad del Autor, Percy Bustes, percy.bustes@gmail.com