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Por: Arturo Villarreal Echeona

Porteño genuino, el actual alcalde de Puerto Colombia es un ingeniero civil de espíritu abierto, pragmático y al mismo tiempo nimbado de añoranzas, que representa con gran fidelidad lo que esta población del Caribe es para Colombia: un puente amable y promisorio entre el pasado y el futuro. Más allá del sentido romántico que pudieran tener estas palabras, una afirmación suya patentiza esa realidad y descubre una faceta característica de su personalidad: Una fe en el futuro muy aterrizada.

“Puerto Colombia -dice- es el paraíso que los colombianos soñamos, porque: agotado el petróleo, el turismo es un sector llamado a tener una importancia estratégica para la economía de nuestro país después de la pandemia. Cuando a mí me critican como el alcalde del cemento, no solo se olvidan de las obras de impacto social directo de nuestra gestión, por ejemplo, en el campo de la salud y la educación, sino que ignoran las puertas que el turismo le abrirá al futuro de los porteños, los atlanticenses y los colombianos. Desarrollo, bienestar y progreso vendrán de la mano de un renglón de la economía que será clave para recuperarnos de los estragos de la crisis global y construir un futuro sólido. Somos ahora un país con la mitad de su población en la pobreza y un presupuesto raquítico si se considera la dimensión de nuestras demandas de desarrollo… ¿De dónde vamos a sacar la plata que se necesita para crecer? El turismo -lo dicen los expertos- es el petróleo del futuro”.

Lo dice con la paz, la convicción y la tozudez de un gobernante que además de competencia administrativa demuestra visión como planificador. Y lo dice también con la mentalidad de un hombre acostumbrado a manejar los problemas en términos numéricos. “Si viéramos las soluciones como una tabla comparativa entre la población beneficiaria y el volumen de las inversiones –sostiene-  tendríamos que decir que en Puerto Colombia se están invirtiendo actualmente 10 millones de pesos por habitante, una suma de verdad significativa, yo diría que histórica”.

UN ALCALDE QUE NO MANEJA LA DEMAGOGIA

Una de las cosas que no maneja el alcalde Willman Vargas son los algoritmos de la demagogia, cuya fórmula mágica es prometer lo que no se puede cumplir.  En la crisis por la escasez del agua que soportan los porteños desde hace varias décadas, pero que se recrudeció desde finales del año pasado en plena pandemia y generó una gran ola de inconformidad ciudadana expresada a través de una lluvia de plantones y de críticas por las redes sociales, el burgomaestre se sumió en un silencio que muchos interpretaban como arrogancia. Pero la realidad era otra. Tanto él como su principal colaborador en el gabinete municipal al frente de esta problemática, el Secretario de Planeación, Mauro Suárez, y todo el gabinete en pleno se hallaban concentrados en una solución en grande: el ensanche del acueducto, un ambicioso plan que incluía la construcción de un mega tanque elevado, que todos avizoraban como la solución final, pero que debía sortear múltiples obstáculos antes de que pudiera concluirse.

Se trataba en realidad de un programa que se venía manejando desde administraciones anteriores, pero cuya continuación había requerido que desde el día Uno la nueva administración se aplicara a salvar los escollos técnicos y financieros que lo mantenían estancado. Después de intensa y juiciosa gestión, el programa de ensanche quedó vinculado al ambicioso sistema metropolitano de agua potable de Barranquilla, el Acueducto del Norte, que la Gobernación del Atlántico impulsa con recursos combinados del Departamento y de la Nación por cerca de 200 mil millones de pesos. De esa manera se prospectaba una solución en grande destinada a asegurar el abastecimiento de agua para el norte de Barranquilla y Puerto Colombia en los próximos 30 años.  Sin embargo, aunque el programa preveía soluciones en el corto y mediano plazo, una salida duradera para el problema tomaría mínimo dos años. En una sola palabra: había que esperar. Por muy prometedor que pareciera, la gente reaccionaba ante esas explicaciones con una pregunta que podía considerarse un verdadero jaque al rey: – ¿Y mientras tanto qué?

“DEBEMOS RESOLVER EL PROBLEMA PENSANDO EN EL FUTURO Y EN LOS MAS POBRES”

Willman está empapado del problema de agua potable no sólo porque a él también le ha tocado sufrirlo como porteño, sino en razón de su profesión de ingeniero civil especializado en ingeniería hidráulica. Pero también porque desde muy joven tuvo la oportunidad de gerenciar el acueducto local y fue precisamente el autor de la propuesta de construir un tanque elevado para abastecer a la población con un sistema de distribución por gravedad que permitiera resolver el problema de los barrios situados en la zona alta, donde el sistema por impulsión era insuficiente para llevar el agua a los grifos. Pero pasaron 30 años sin que la propuesta se realizara.

-Le reprochan que usted saca a menudo el espejo retrovisor para acusar a las anteriores administraciones de ser las responsables del problema y que pretende atribuirse todos los méritos del tanque y del programa de ensanche –le digo de frente.

El alcalde se defiende con una argumentación honesta y de solidez técnica:

– Ese reproche es un mal entendido. No importa si las anteriores administraciones no hicieron lo que correspondía por negligencia o física incapacidad técnica o presupuestal. El resultado es el mismo: el colapso del sistema ante el aumento desmesurado de la demanda. De todas maneras, ningún alcalde hace lo que quiere sino lo que puede y, por supuesto, yo me incluyo. La mayoría de los municipios colombianos sufren de una gran debilidad institucional; esto es también un problema del desarrollo. Lo que yo digo es una verdad ajena a juicios subjetivos: Puerto Colombia ha doblado su población en los últimos 30 años y no hemos sabido o no hemos podido hacer frente a los retos del crecimiento. Yo me encontré con que, en materia de agua potable, el Municipio prospectaba con soportes estadísticos desfasados. Por ejemplo, para el momento actual el Dane proyecta una población de 27 mil habitantes; sin embargo, en un estudio que presenté como tesis de grado para una maestría en desarrollo urbano con énfasis en agua potable, descubrí que la población fija actual de Puerto Colombia, es de unos 60 mil habitantes si nos basamos en la facturación del agua, que muestra datos bastante confiables. Si a eso le aumentamos la población que no factura, más los visitantes, podemos calcular una demanda real de agua potable que está muy por encima de la producción. Necesitamos producir 1.000 metros cúbicos por segundo de agua potable y estamos en 250. Debemos concentrarnos en resolver este problema de una manera duradera y que podamos atender el crecimiento urbanístico y poblacional que será una consecuencia inevitable de la modernidad. Y debemos hacerlo de manera tal que no sean los pobres y los sectores vulnerables los más afectados, como ha ocurrido hasta ahora. En eso estamos. Fue mi promesa de campaña y sigue siendo mi principal preocupación. No tenemos la varita mágica para resolver un problema tan complejo de un solo porrazo, pero estamos avanzando con paso firme hacia soluciones duraderas.

Lo cierto es que el tanque elevado de Cerro Cupino, no será ya un elefante blanco, como muchos temían. Es una realidad, a pesar de los avatares que ha debido soportar antes de que el 31 de marzo, tal como el alcalde lo había prometido en una reunión convocada en el sitio con la prensa y líderes cívicos, comenzara a mandar agua a los cerca de 25 mil habitantes de los barrios ubicados en las laderas de la montaña.

¡CORRAN, QUE EL SISTEMA COLAPSA!

Sin embargo, la calamidad parecía empecinarse sobre los porteños. Al día siguiente de la puesta en marcha, la potencia de la presión del flamante tanque sobre la vieja red domiciliaria comenzó a desportillar las tuberías por todas partes, como si se tratara del cumplimiento de la advertencia bíblica de no echar vino nuevo en odres viejos. A través de las redes sociales volvió a emerger un clamor de angustia, desilusión y rabia. En esta oportunidad el alcalde no se encerró en su habitual silencio. Rotundamente convencido de que tenía el toro agarrado por los cachos, salió al ruedo para explicarle a la gente la circunstancia y templarles las orejas a los técnicos de la empresa operadora.

En realidad, se trataba de una hecatombe que no había manera de prever sino ya con el tanque en funcionamiento, porque una vez identificados los puntos débiles de la red, había que comenzar entonces sí a realizar la renovación de la misma en los puntos que lo requerían. De la misma forma que había que comenzar a construir redes en los barrios donde no existen y, en fin, proseguir con la construcción de los componentes que aún hacen falta para que el sistema de ensanche se complete. Mientras tanto, ya recibiendo agua con horarios más clementes, la población tendría esperanzas más fundadas para soportar y esperar no tres décadas más, sino dos años. Una residente del Barrio Nuevo Horizonte, lo dice de manera muy gráfica: “Mire, llevábamos años correteando el chorrito todas las noches con un garrote; por primera vez en mucho tiempo puedo dormir tranquila”.

El destino mundial de Puerto Colombia

“Sólo necesitamos superar las dificultades de la travesía”: Willman Vargas

Aunque es consciente de los escollos que su gestión deberá sortear todavía, el alcalde de Puerto Colombia se comporta como un capitán de navío que tiene claro su destino. “Yo sé para dónde voy y me gustaría que todos los porteños también tuvieran esa seguridad. Nosotros fuimos la puerta del progreso para Colombia, ¿por qué no podemos soñarnos ahora como un destino mundial? –dice rotundo. Y agrega: Es importante que definamos la vocación de nuestro desarrollo y que enfilemos unidos todos nuestros esfuerzos en esa dirección”.

Su barco ha debido navegar enfrentando las maretas de la crisis del agua, más recias que la misma pandemia, una especie de leviatán mitológico cuyos coletazos seguirán siendo una dura realidad durante el resto de su mandato, por lo menos hasta que se completen las obras previstas en los planes de ensanche del acueducto. Y cuando ya se pensaba que todo estaba bien, la Triple A, empresa operadora se vio obligada a suspender el funcionamiento del tanque elevado, por los destrozos de la vieja red de tuberías que estallaron con la puesta en marcha del nuevo sistema. Más de 12 barrios de la zona alta volvieron a vivir la penuria de la escasez, mitigada nuevamente con el suministro a través de un carro tanque que no parece dar abasto para atender la calamidad no sólo de los barrios conectados a la red domiciliaria, sino de aquellos donde jamás se ha visto un tubo de agua potable ni en pintura. Son más de 20 mil moradores sedientos que sólo se atienen a resultados, la mayoría de ellos porteños, pero también venezolanos y gentes de todas partes que le hacen honor al origen diverso de una población que nació hace un siglo del matrimonio entre indígenas e inmigrantes, y se arremolinaron en torno al muelle marítimo más largo del mundo construido por el cubano Francisco Javier Cisneros.

A raíz de la debacle, en las redes sociales la borrasca de reclamos se reanudó con la amable pero ácida mordacidad porteña, más temible que cualquier insulto. Los likes de los numerosos simpatizantes del alcalde abandonaron el campo de batalla a la espera de mejores vientos. Robert Levy Guida, director del sistema noticioso virtual Vox Populi se quedó defendiendo la Administración contra viento y marea, como un solitario e invencible espadachín de filoso verbo, a quienes muy pocos osan enfrentar por la fama de ser “un man que nunca pierde una”.

Ese día me presenté en la oficina del mandatario local no tanto por el deseo de hurgar en las raíces del problema, a esas alturas ya bastante dilucidado a pesar del colapso de las redes, como por el acicate de develar el misterio de un funcionario público que se defendía de los ataques de sus adversarios con una serenidad asiática, pero que al mismo tiempo concitaba el respaldo entusiasta de una buena parte de la población, que reconoce la importancia positiva de su gestión. Yo mismo, que fui uno de sus críticos más conspicuos, he ido integrándome poco a poco a la corriente de quienes simpatizan con su obra de gobierno, convencido de su carácter progresista, al margen de cualquier otra consideración.

Desde el vestíbulo experimenté la extraña sensación de encontrarme en la oficina de alguien que no tiene prisa pero que atiende todo a su debido tiempo. Al otro lado de la puerta se percibía un sosiego pacífico pero diligente, como el de una colmena de termitas. Mientras esperaba, me atendieron con aguas aromáticas y una amabilidad exquisita. La secretaria me dijo: “El alcalde ha tenido hoy una agenda apretada, pero muy pronto lo atenderá, disculpe la demora”. Las evidencias de la verdad pronto desfilaron ante mis ojos: por una puerta de servicio vi salir una empleada con dos sacos grandes de polietileno repletos de las cajas vacías de icopor que se usan para los domicilios. Mínimo habían sido tres almuerzos de trabajo, con por lo menos 20 comensales cada uno, todos realizados en una jornada que solamente podía calificarse como napoleónica.

LA ENTREVISTA

El Despacho es espacioso, moderno y cómodo. Me senté con el alcalde en una pequeña sala lateral de mullidos sillones. Vestido con una impecable guayabera blanca, lucía absolutamente tranquilo y fresco. Ni en su rostro ni en las oficinas había el más mínimo rastro de fatiga. Sus secretarias y colaboradores se movían en su derredor con la discreción y la asepsia sin tacha de los científicos en un laboratorio espacial. Evité hacerle la pregunta más obvia, en relación con el tema del agua, por temor a quedar encriptado en una cátedra de ingeniería hidráulica, que es su fuerte. En lugar de eso, le dije:

-Duró poco la fiesta del tanque y llueven nuevamente las críticas… ¿No le molesta?

-No, es lo normal –me dijo sonriente-. ¡Si hasta yo quisiera salir a protestar con una pancarta!

Nos reímos y en una atmósfera relajada absolvimos los interrogantes más cruciales en torno al problema del agua ¿Por qué no se regulariza el suministro? ¿Qué sigue ahora? Al alcalde lo que más le preocupa es que se prolongue el sufrimiento de la población y se retrase el cumplimiento de la primera etapa, que consistía en mitigar la escasez a través del tanque, mientras se ejecutan las siguientes etapas previstas en el programa de ensanche.

“Pero ya es cuestión de tiempo –dijo- el tanque probó su eficacia, ya sabemos lo que tenemos que hacer. El siguiente paso es reparar y renovar las redes donde sea necesario. Luego ejecutar los otros componentes, los nuevos módulos de producción, que permitirán aumentar la producción de agua cinco veces más de la actual; así mismo, expandir la cobertura, para llevar el agua a los que todavía no la tienen. “Está programado, existen los recursos. Estamos avanzando, Le cumpliremos a nuestra gente”, asegura.

Suena fácil, pero el alcalde sabe que no lo es. Entre las cosas que deberán hacerse, se encuentra la planta de tratamiento de excretas y aguas residuales, que no estaba prevista en el Acueducto del Norte y por sugerencia suya a la gobernadora Elsa Noguera fue incluida una partida de 57 mil millones de pesos para tal fin en el proyecto. Me explica que se trata de un punto de gran importancia, porque permitirá evitar la solución de un emisario submarino, que es más costosa en términos financieros y ambientales.  Igualmente cita ente los componentes del plan, la construcción de una nueva bocatoma del acueducto arriba del sitio donde se encuentra la bocatoma vieja de Las Flores, para resolver el problema del agua salobre que se presenta en cierta época del año como consecuencia de la cuña salina.

En una pantalla gigante situada frente a la mesa de juntas, el Alcalde le pidió a su secretaria Sthefany Freyle que proyectara los aspectos principales de su tesis de maestría, un estudio de rigurosa conceptualización académica y excelente análisis descriptivo, que piensa publicar con una adición que contendrá su actual experiencia administrativa en el campo del desarrollo urbano de Puerto Colombia.

LA CLAVE: UN EQUIPO DE GOBIERNO ENAMORADO DE LA GESTION

El eficiente monitoreo de Sthefany, complementado con las explicaciones que iba insertando el alcalde, me persuadieron de que una clave de su gestión estriba en la capacidad de su equipo, constituido en su mayoría por profesionales jóvenes, enamorados de la visión de desarrollo de su jefe. Willman no es un burócrata que cumple con obediente subordinación directrices políticas o gubernativas superiores como muchos piensan. Atiende directrices, por supuesto, pero todo lo hace por convicción y maneja sus propias ideas. En su visión personal él contempla el futuro de Puerto Colombia como punta de lanza de un sector de la economía destinado a jalonar el desarrollo nacional: el turismo. Y es en esa perspectiva que encuadra todas las ejecutorias de su labor gubernativa, con una integralidad que les da mayor sostenibilidad y sentido humano. En prosecución de tal propósito ha desarrollado una inteligente sinergia con la Gobernadora del Atlántico, Elsa Noguera, quien enamorada de los proyectos de infraestructura turística y del programa de ensanche del acueducto, visita Puerto Colombia cada vez que puede, convirtiéndose en una turista eminente. Lo hace no sólo en cumplimiento de su misión gubernamental, sino también porque como buena barranquillera sabe que en el mar la vida es más sabrosa.

Con un entusiasmo que no esconde a pesar de su temperamento más bien sobrio, el Alcalde me dice: “Las obras de infraestructura turística, el nuevo muelle, el malecón, la plaza, ofrecerán a los porteños y visitantes un casco urbano más bonito, más funcional y más grato. Un trencito recorrerá las calles cargado de niños, entre otros atractivos. Pero esas obras son más que una añoranza romántica, porque ellas sientan las bases para un nuevo Puerto Colombia, preparado para mostrarse también al mundo con la capacidad estructural y humana de los grandes destinos: Jamaica, Belice, Isla de San Martín, Playa del Carmen en México, Islas Caimán o Costa del Sol en España. Por supuesto, ese sueño incluye a Salgar, uno de nuestros mayores tesoros, alcázar de nuestra historia y nuestra cultura, nicho de pintores y poetas, donde ya se están produciendo grandes desarrollos en esa dirección. Con nuestros recursos propios estamos invirtiendo allí 27 mil millones de pesos en salud, educación y deportes, sin incluir las obras de defensa de las playas”. 

UN INSOMNE ENAMORADO DE SU TIERRA

En su disertación, este porteño de pura cepa se va revelando como un insomne enamorado de su tierra, cuyo futuro sueña en una sincronía de mente y corazón que convence, sin que quede por fuera de su cabeza siquiera un pedacito. En el diálogo con él, que se prolongó por cuatro horas, desfilaron otras preocupaciones que ocupan importantes renglones en su gestión: la vivienda, que en su óptica debería en algún momento conjugarse con la recuperación ecológica de los cerros; la salud, donde el énfasis central se ha puesto en la defensa de la vida facilitando al máximo la vacunación de los ciudadanos en todos los sectores; la clemencia con la inmigración venezolana; la cultura y la educación como palancas del desarrollo. Y terminó con el tema del Corredor Universitario, al cual calificó de fortaleza ambiental y académica. Una zona de expansión urbana y pivote del desarrollo regional que en lugar de ser motivo de conflicto, debe mirarse como escenario de conciliación de intereses entre el Municipio y la capital del Atlántico. Y terminó: “Yo soy defensor de nuestra integridad territorial y nuestra identidad, pero ya es hora de que barranquilleros y porteños pensemos el desarrollo mancomunadamente, con perspectiva metropolitana. Los resentimientos del pasado deben quedar atrás. Es lo que nos demanda el futuro y la modernidad”.

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