Telatiroplena.com, periodismo serio, social y humano
Por: Fernando Castañeda García
“Hay que joderse para llegar trescientas veces”
A los seis años se leyó El Sastrecillo Valiente (Siete de un solo golpe), de los hermanos Grimm, cursaba el primero de elemental, como se le llamaba antes, y la ‘seño’ Miriam Manotas Cabarcas, lo premió por sus excelentes notas, él acababa de cumplir siete años. Creció en medio de cuatro hermanas: la finada ‘Seño Ena’, Sol María (la ‘Seño Sol’), Maritza y Evelina, frutos de la unión matrimonial de Francisco Javier y Evelina Dolores, quien decía que “ella no era de nadie” para llevar el de, pero amaba a su Francisco Javier. Así, a grosso modo, me habló de su historia llena de colores, borracheras descomunales, hasta la sobriedad de su presente, mientras degustábamos un par de tazas de café, y ‘chachareábamos’, como siempre, en una de sus visitas a mí casa en Soledad, su tierra, mi tierra, bajo la sombra del palo de mango, en ‘el patio de los vientos creativos’, como lo bautizó el maestro Jorge Alfonso Sierra Quintero, otro de los marineros que viajan confiados bajo el mando del Capitán, porque siempre llegan a muelle seguro.
Los soledeños de cepa y contemporáneos de este amigo, cuando hablan del ‘Sapito Orellano’, se refieren a José Francisco Orellano Niebles, el periodista, quien descubrió que tenía aptitudes para la redacción en el ejército, cuando en el Batallón Galán No.5 de Artillería, en Socorro (Santander), le ordenaron escribir discursos para oficiales que debían leerlos en fiestas patrias no sólo de Colombia sino de otros países libertados por Simón Bolívar. Fue entonces cuando el recluta Orellano, terminado su servicio militar, decide ingresar a estudiar Comunicación Social en la Universidad Autónoma del Caribe, y, fue en Diario del caribe y El Heraldo donde conoció la hermenéutica del periodismo escrito entre máquinas de escribir pullando los teclados con sus dedos índices, linotipos, lingotes, galeras, la tituladora ludlow, clisés, nadando en el caldo hirviente del plomo fundido, antes de la aparición del offset, allá por 1980, que eliminó el sistema de imprenta y nos dejó a los periodistas el recuerdo en silencio de las ruidosas rotativas pero nos enseñó la magia de la policromía.
José, así, sin tilde, mi llave, mi amigo, el colega de casi cinco décadas, tiene pegada la tierra natal en la piel de su memoria, el terruño de los inmortales Gabriel Escorcia Gravini, Pacho Galán, Alci Acosta, la agrupación Cumbia Soledeña –‘La Vieja’, Juan Gayaspá, Rafael Campo Miranda y del decimero Gabriel Segura Miranda, para no hacer interminable la lista de valores que nos enorgullecen y por la que siempre ha sacado la cara en su condición de periodista. Sin embargo, pareciera que la dirigencia política y las distintas administraciones del municipio de Soledad ignoraran el trabajo y vida profesional de este soledeño que entró al periódico El Heraldo y salió como Pedro por su casa –una decena de veces-, medio en el cual fue redactor en diversas áreas, Coordinador Asistente de la Jefatura de Redacción. Diseñó las revistas miércoles, El Heraldo Deportivo, la Revista Dominical y VSD, Viernes Sábado y Domingo, la cual fundó y coordinó; durante 24 años en El Heraldo, entre salidas y entradas, el director de El Heraldo, Juan B. Fernández Renowitzky, lo envió a cualquier cantidad de seminarios y talleres de Andiarios, la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP), la Universidad de la Sabana y cinco veces a la entonces Escuela para el Nuevo Periodismo Iberoamericano.
“Juanbé debía quererme para algo muy importante en su periódico, pero no supe aprovecharlo”, me comentó alguna vez. La ingesta desmesurada de licor y la participación en otros juegos de la parranda, especialmente la vallenata, de los años 70-90, lo fueron rezagando de las cuatro revistas en las que participaba y le generaban importantes ingresos. A su salida de El Heraldo fundó el Diario La Libertad (1979). Fue subdirector y Editor del diario El Informador de Santa Marta y subdirector de El Pilón de Valledupar. Su versatilidad periodística lo llevó al cargo de director del Noticiero Televista, El Informador Galeón y Telemundo, la primera revista matinal que se instituyó en la televisión colombiana.
En el 2004 fundó El Muelle Caribe, de papel, con diez ediciones, reviviéndolo el 9 de febrero de 2015 –día del Periodista-, hace seis años y siete meses. Desde entonces se convirtió en un Capitán del Ciber espacio y su publicación semanal llega hoy a 300 actualizaciones como llama a las ediciones con el propósito, precisamente, de hacer la diferencia, por cuanto el formato de su revista se sustrae a la forma instituida en la Web, un solo bloque que presenta bajo el concepto gráfico de un periódico de papel en internet. “Si bien es una empresa que no genera ganancias, sí es rica en amistad: esa invaluable de quienes, semanalmente, escriben sesudos análisis y, abro comillas: profesionales de las diversas ramas y enamorados de la Costa Atlántica, que escriben notas nostálgicas de enamorados o versos de amor, cierro comillas, como dice el cronista Guillermo Romero Salamanca”, me dijo soltando la carcajada que lo caracteriza. Reconoce que es autodidacta empírico y sus primeros maestros fueron Rafael Salcedo Castañeda, Ricardo Rocha, Fabio Poveda Márquez, Jairo Avendaño, Aquiles Berdugo y Juan Gossaín, y que leía a la par que fumaba.
Nunca le ha gustado la plata y por eso no hizo fortuna. A mediados de la década de los setenta, la crónica roja en la Costa Atlántica, registra la historia de la vendetta entre dos familias que terminó diezmando a un clan y dejó algunos miembros del otro. Un grupo de mafiosos de la región le ofreció 300 mil pesos, ¡una fortuna! en 1976, que él no aceptó, para que publicara la historia en la revista Vea, especializada en crónica judicial, de la cual era corresponsal en Barranquilla, porque consideró que era clavar una lápida a su ética y a su vida misma.
Generalmente, me visita cuando llega a Barranquilla para temporada de carnaval y compartimos inquietudes, opinamos sobre lo humano y lo divino, recordamos anécdotas de casi medio siglo en el trajinar periodístico, sin olvidar los sueños como pilares fundamentales en la existencia misma y el quehacer profesional, que no son utopías, porque se concretan en empresas cuyos insumos son el pensamiento y la palabra escrita, reafirmando que el hombre sólo ve aquello que sueña, para recordar al dramaturgo francés Paul Válery. Son visitas animadas por los colores del pasado, cuando éramos jóvenes amantes de las noches de bohemias perfumadas con Ron Blanco, cervezas y otros alimentos espirituosos, mientras esperábamos el alba para desayunar en el mercado de Soledad con bocachico frito y sopa de pescado. Espero que José recuerde el episodio en la tienda ‘La última lágrima’, en Soledad, la noche que llegamos a ese lugar y nos sentamos en el pretil para estar más cerca de la casa de una hembra, a la que éste le echaba los perros, le dije que le tocaba el turno para ir a buscar las cervezas y que aprovechara el momento para preguntarle al señor Jinete, por qué le llamaban a la tienda la última lágrima, cuando regresó con las cervezas y una cara que matizaba entre risas el chasco que le sucedió con el dueño de la tienda: “Nojoda, vergajo –me dijo- ese viejo casi me jode, cuando le pregunté por el nombre de la tienda me respondió: porque aquí vas a derramar la última lágrima el día que se muera tu mamá, ¡hijueputa!”. Nos cagábamos de la risa, igual que me cago ahora mientras recuerdo y escribo sobre aquel momento.
Socarronamente se describe como un eterno enamorado del amor y no se queja de lo amado que fue. Asegura que, en medio de desbordados afectos hacia él, tiene, reconocidos como tales, seis hijos con cuatro amores diferentes, pero que en total fueron ocho hijos con seis. El tatequieto para que se ajuiciara lo dio Luz Amparo Silva Lizarazo, con quien vive desde 1984 y tiene dos hijas: Laura Carolina y Claudia Marcela. Los otros cuatro, oficiales, son Milena Margarita, José Francisco, Alfredo y Leonardo José. Sus otros dos hijos se conservan, ya grandotes, en el derecho a la reserva.
Su noveno hijo es El Muelle Caribe, fruto de las entrañas de su obstinada vocación periodística y a quien no ha terminado de parir, porque cada semana lo pone a correr con las angustias de llegar puntual al deguste de los lectores, que lo esperan ansiosos. Es un parto renovado cada semana los fines de semana, como dice José, porque el proceso preparto ocupa los días jueves, viernes, sábados y domingo y a veces lunes festivos, y, justamente, este artículo que está leyendo, amable lector, corresponde al parto renovado número 300. Pero hay que joderse para llegar trescientas veces. Debo ser sapo y confesar que en una conversación telefónica me dijo que quería tirar la toalla, y considerando que estaba sumergido en las fangosas aguas del dilema, le dije que era más importante la felicidad y que uno no puede abandonar un hijo en pleno crecimiento, y carajo, compadre hacer esa vaina es suicidarte porque tu vida no es otra vaina diferente a la comunicación, así que déjate de pendejadas y continúa porque la felicidad no tiene precio y si El Muelle Caribe no te produce dividendos, tampoco te preocupes, es tu vida, excepto que te quieras morir, con lo cual no vas a ganar nada porque todos tenemos que morir. Aquí está El Muelle Caribe, esperando el próximo parto renovado el próximo fin de semana, y los amigos celebrando esta edición número 300.
Desde Soledad, este municipio del Caribe colombiano, que ha sido ingrato con uno de sus hijos ilustres, orgulloso de su terruño natal, mi voz de felicitaciones a José Orellano Niebles por su tesonería, por ser un Capitán que sabe conducir las naves mentales, de cada uno de sus colaboradores, para llevarlas a Muelle Seguro y, auguro, que algún día Soledad reconozca y exalte la vida y obra periodística de este amigo y coterráneo con el que compartí, en su momento –él en un periódico y yo en otro, el aprendizaje de la interpretación del periodismo escrito entre máquinas de escribir, linotipos, lingotes, galeras, la tituladora ludlow, clisés, en medio de una barahúnda de papeles y el caldo hirviente del plomo fundido, antes de la aparición del offset. Un abrazo, mi hermano…
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