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Por: Jorge Guebely

Razón tenía el ultraconservador, Ronald Reagan, al equiparar la política con la prostitución, al político con la prostituta -igual si se ofendía a la segunda, agregaría yo-. “La política es la segunda profesión más antigua de la historia -afirmaba lúcidamente-. A veces creo que se parece mucho a la primera”.

Se prostituye quien desvía la función original de una actividad humana y la vende al mejor postor, al cliente más encopetado económicamente. Se prostituye quien valora más el dinero que la vida, más el artificio que lo natural, más la máscara que el rostro. Se prostituyen los políticos y políticas, los inmersos en el mercado ruin de negociar sus servicios públicos.

Sin embargo, poco importa si la política derivó en prostipolítica, en política poblada de prostipolíticos. Si cada prostipolítico deambula con su tarifa en la frente, sin ningún valor en la consciencia, buscando clientes. Si los partidos políticos degeneraron en casas de lenocinios; lúgubres lugares para fabricar prostipolíticas, maquillar prostipolíticos imberbes, negociar prostipolíticos avezados y urdir políticas prostituídas.

Nada importa si los prosticongresistas se ferian con mermeladas. Si el prostipresidente, gran dispensador de mermelada, negocia prosticongresistas con dineros del Estado. Si el prosticandidato se vende al mejor prostiempresario. Si los prostiempresarios hacen sus fortunas con los servicios de la prostipolítica. Si el prostielector feria su voto por tamal, por cincuenta mil pesos, por un cargo en la Gobernación o un ministerio público. Si se multiplican los proxenetas electorales: el prostiempresario electoral, el prostimochilero, el prostipadre que dona su hija al más encumbrado prosticandidato, lamentable caso de Aida Merlano. Si la vanguardia de la podredumbre humana está poblada de prostipolíticos y prostipolíticas.

Poco importa si conocemos la importancia del voto, elegir bien en la próxima elección del Congreso. De votar en contra de los prostipolíticos tradicionales, de las casas tradicionales de la prostipolítica, fuente suprema de prostitución política. Si entendemos que las papas podridas sólo terminan su aventura en la podredumbre total.

Nada importa si superamos la maldición de escoger entre un cáncer testicular y uno pulmonar. Si elegimos rostros nuevos. Los hay, regional y nacionalmente. Si votamos por las nuevas consciencias, pues las consciencias prostituidas carecen de herramientas humanas para auto-regenerarse.

Si elegimos un Congreso capaz de ejercer real contrapeso al presidente, reyezuelo nacional, sin importar su origen político, su extrema locura. Si confiamos en las palabras de García Márquez, uno de los pocos sabios de la tribu: “Yo creo que todavía no es demasiado tarde para construir una utopía que nos permita compartir la tierra”.

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