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Por: GASPAR EMILIO HERNÁNDEZ CAAMAÑO.
POR UNA CELEBRACIÓN Y UN CONCURSO.
“Yo particularmente, por ejemplo, no deseo que Barranquilla se parezca a Miami, SINO QUE SE PAREZCA A LA BARRANQUILLA DE MIS DESEOS, que no son más que los de una ciudad que SEA DELEITABLE AL ÁNIMO, es decir SABROSA“. Gustavo Bell Lemus, historiador.
Como “una apuesta literaria” la Sociedad Colombiana de Arquitectos y la organización cívica “Puerta de Oro”, convocaron, el pasado junio, el primer concurso de ensayo sobre el desarrollo y transformación de barranquilla. Y la Gobernación del Atlántico para celebrar, también en junio, los 117 años de la fundación del Departamento, organizó actos culturales promocionales en los Municipios como centros del turismo local, regional, nacional y, ¿por qué no?, mundial.
Ambos hechos son motivos suficientes de esta reflexión o invitación sobre costumbres culinarias y riquezas naturales de la tierra natal. Para así, orgullosamente, comentar la memoria histórica y los progresos que observamos complacidos de la ciudad y del departamento, visibles y objetivos. No se puede tapar el sol con las manos… las quemas la envidia.
De comilona atlántico. Conozco todos y cada uno de los Municipios del Atlántico. Los recorrí en un Lada Sedán -los cajeados con Rusia por café “del campo”-. Los fines de semana viajaba con mis tres hijos y los restantes como defensor, asesor y cobrador de “cartera vencida” de alcaldes y municipios. Y en otras en campañas proselitistas del glorioso y extinto partido liberal colombiano.
Por eso sé a qué sabe, por ejemplo, la butifarra en Soledad, la “arepaéhuevo” en Luruaco, una morcilla en Baranoa, el sancocho de guandúl en Tubará, un chicharon en Santa Lucía, un arroz de gallina en Santa Verónica, los bollos de mazorca y “limpios” en Sabanalarga y Ponedera. Cómo olvidar, los desayunos con pescado frito y patacón al pie del Muelle de Puerto Colombia y los cocteles de piña colada en los atardeceres de Salgar bajo las palmeras marinas. Y uno que otro whiskys en compañía de la mirada de una musa salida de las aventuras de Ulises rumbo a Itaca. ¡No se me pueden olvidar, porque en “el mar la vida es más sabrosa!
El Atlántico se puede recorrer en un día. Antes era posible, pero ahora, es factible. el departamento tiene una magnifica infraestructura vial que lo conecta desde el río hasta el mar. Y eso es progreso. ¿Se niega?
Aprovechando esa infraestructura, el gobierno departamental ha gestionado, exitosamente, la creatividad artesanal y gastronómica de la población atlanticense organizando, con frecuencia casi mensual, festivales en los respectivos Municipios de acuerdo a su potencial agrícola y dietético. Es así que existe emprendimientos para consolidar, como costumbre eco-turística, tales eventos como: el del pastel en Pital de Megua, el del níspero y la ciruela en Campeche, las visitas a los campos de Girasoles, entre otros; algunos los trasladan a la Plaza de la Paz de Barranquilla. Es decir, se ha desarrollado, para bien de nuestra gente trabajadora, El sazón del atlántico.
En Killa me quedo. A Barranquilla la conocí enterita y desnuda cuando fui reportero de crónica roja, cubriendo delitos de sangre de sur a norte. Así que de día y de noche íbamos, con la policía, a conocer de homicidios y accidentes mortales desde El Bosque, Rebolo, Carrizal, El Country, El Prado, El Golf y el Barrio Abajo. La ciudad no tenía secreto. Todo se podía contar. Tanto “las ollas podridas” en la Alcaldía como en la Gobernación. Hoy, Barranquilla es otra ciudad. Menos abierta, pero más desarrollada, que aún sea una ciudad “del primer mundo”, ya que las carencias son notables.
Así que en esporádica visita a la apretada librería KM5 -la demanda sobrepasó el espacio-, me encontré con el libro: “El prado. En busca de la ciudad jardín en el trópico. Informe para Parrish & Co. de Ray F. Weirick, ingeniero paisajista”(Editorial Uninorte), dirigido por Rossana Llanos Díaz y Yalmar Vargas Tovar. En la contraportada del libro se lee: “Este es el fascinante relato del ingeniero estadounidense Ray Floyd Weirick, quien en 1918 fue contratado por Karl C. Parrish para realizar el diseño paisajista del barrio El Prado de Barranquilla. Esta publicación, a manera de bitácora, compila más de 300 fotografías hasta ahora inéditas y el detallado relato de las distintas experiencias que vivió Weirick durante su periplo por varias ciudades de Estados Unidos y el Caribe en busca de referentes urbanísticos, modelos de paisajismo y especies de plantas para arborización; toda esta inspiración permitió cristalizar el proyecto que Parrish tenía en mente: crear una ciudad jardín en el trópico colombiano“.
Este libro es, entonces, “un viaje a la semilla“, como diría el cubanísimo Alejo Carpentier, otro historiador del Caribe insular. En ese viaje submarino estoy sumergido. Invito a quienes les interese saber sobre cómo de villa, killa quiere ser ciudad jardín.
Barranquilla, muy a pesar del pavimento que acabó con el gozoso calificativo de “la arenosa“, por las antiguas calles de soleada arena, conserva todavía aíre bucólico rural-urbano. Me explico: Existen sector de la ciudad, algunos al norte de la misma, donde el vecindario despierta con el canto madrugador de un gallo semental y donde, en los parques de árboles y cemento, se puede disfrutar de la imagen campechana de una gallina ponedora “paseando” a sus pollitos. Símbolo indiscutible de la herencia campesina de la urbe que madura al Sol, como lo enseña un verso de su himno.
De un tiempo a esta parte, en Barranquilla se viene usando la palabra villa, la de la cuna, para denominar a recientes urbanizaciones citadinas. Por ejemplo: villa country, villa campestre, villa Andalucía, villa estadio, villa carolina y otras villas. Y causa envidia el nombre de ciudad jardín, como se llama uno de nuestros emblemáticos barrios, como signos de JARDÍN, también hay otros como: El Prado, El Recreo, Santuario, El Paraíso, Limoncito, El Campito, Las Palmas, La Floresta, El Bosque y más.
Yo camino. Desde niño lo hacía de la mano de Ma. Caamaño. Camino peripatéticamente cada mañana. No troto ni corro, esa es calistenia para animales con “casco”, no para humanos envejecidos. En mis caminatas observo, recogiendo mangos caídos que parecen duraznos por el color y sabor para mis nietos, una gran variedad de parque-jardines en los sectores del norte que respiro. Son jardines esos parques. Húmedos, soleados, arborizados, verdes, con sillas y quioscos románticos, canchas deportivas, gimnasios al aire libre y mercados “Al barrio“. Algunos albergan templos. Y se permite tirar pan-partío a las palomas. Esos lugares hacen, para mis deseos, a barranquilla: ciudad jardín. Es decir, ¿se está cumpliendo el sueño de Parrish? La historia la absolverá. Por lo pronto/ me deleito con mi ciudad: SABROSA como fruta madura.
Caminando por mi ciudad-jardín recuerdo estos versos del poeta T.S. Eliot: “lo esencial de toda exploración/es regresar a su propio jardín/y ver las cosas por primera vez“.
La próxima: El silencio es derecho.
Nota: El contenido de este artículo, es libre, espontáneo y de completa responsabilidad del Autor. GASPAR EMILIO HERNÁNDEZ CAAMAÑO.