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Por: Jorge Guebely
Qué placer para algunos parasitar el estatus tercermundista. Bambolearse de imperio en imperio sin aspirar nunca a la autonomía. Ser siempre ciudadano de segunda, usufructuar la bandera del mejor postor.
Poco les importa si todo imperio solo construye súbditos, ya sea el norteamericano o el posible gigante chino. Cada uno, a su manera, confecciona esclavos, convulsivos y anodinos, sin alas para volar humanamente.
Suficiente observar el desfalco de la democracia colombiana bajo la égida norteamericana. Democracia tan contaminada de podredumbre, de frondosa proliferación de políticos mediocres, astuta y verbosa. Poblada de perversos con rostros de bondadosos, redentores con alma de mezquinos, sensibles con ejecuciones sórdidas.
Modelo de pomposas e inútiles instituciones estatales: la Fiscalía solo fiscaliza enemigos políticos; la Contraloría, un nido clientelar para ganar elecciones, la justicia sólo brilla en discursos electorales, las EPS suelen ser antesalas de cementerios…
El colombiano común flota en la inseguridad. Lo hiere el bandido callejero, lo esquilma el burócrata del Estado, lo enloquecen los demócratas del gobierno, lo envilece la miseria material y humana. Paga muy caro su tercermundismo.
Su futuro parecería más incierto si viniese de China, el otro modelo. Millones de cámaras vigilarían su moral, su fidelidad al sistema, su esclavitud de cuarta revolución industrial. No escaparía al programa basado en puntos, el “Crédito Social”. Como en colegios tradicionales, recibiría premios por adaptado y castigos por crítico. Si pensara, sería un delincuente social; si obedeciera, en ícono patriótico.
Puntos recibiría si, siendo mujer, comprara pañales. Se la consideraría buena madre. Podría viajar en trenes de alta velocidad, hospedarse en hoteles de mejores categorías, obtener préstamos sin fiadores. Perdería puntos si cruzara la cebra con semáforo en rojo. Su rostro aparecería en grandes pantallas. La castigarían por violar el reglamento. No viajaría en trenes de alta velocidad.
Sufriría la dictadura digital china implementada en Colombia, la horrenda distopía orwelliana descrita en su novela “1984”. Viviría con el estómago lleno y el alma amordazada; viva biológicamente, muerta humanamente.
Enorme ignominia: tener que elegir entre un cáncer de pulmón derecho o un cáncer de pulmón izquierdo, entre la actual democracia con su ejército de corruptos o una futura dictadura digital con su ejército de déspotas.
Ningún capitalismo enaltece al ser humano: ni el democrático de Estados Unidos, ni el dictatorial de China. Por dinero, construyen y esquilman a sus súbditos, les cercenan su alma y vida. “Si no logramos que los blancos aprendan, será nuestro fin. Y el fin de todos”, afirmaba brillantemente Manduca, personaje indígena de la película “El abrazo de la serpiente”
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