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Por: Jorge Guebely
“No hay peor fracaso que el éxito”, afirmaba Borges. El éxito convierte al exitoso en víctima humana, en desaforado prepotente, digo yo.
Hiperboliza su ego. Lo convierte en idólatra de sí mismo, en descarado ególatra. Monstruo bíblico: animal con ojos que no ven y oídos que no oyen. Deshumanizado por sus éxitos, lo ensordece su egolatría.
Colombia, asediada por tantas sorderas, ninguna tan peligrosa como la de los políticos: conservadores sordos contra liberales sordos, derechas sordas contra izquierdas sordas, empresarios sordos contra sindicatos sordos. Destemplada orquesta de sordos.
Peor sordera aún, la de las elites: no escucha el clamor de campesinos o trabajadores, ni de indígenas o afrodescendientes, de nadie. Sólo ojos y oídos para brillar su prestigio, para hundirse en su fatua altura.
Prefiere el asesinato en vez de escuchar, compartir, dialogar. Casi asesina a Bolívar por no dialogar con santanderistas. Por sordos, liberales y conservadores convirtieron a Colombia en sangriento infierno durante el siglo XIX. Ineptos para el diálogo, optaron por las guerras fratricidas.
Por sordera elitista, empresas bananeras masacraron a obreros, terratenientes destazaron a campesinos y la policía de Duque violó niñas en los CAI. Prefirió acuchillar a Rafael Uribe Uribe, disparar a Jorge Eliecer Gaitán, masacrar un a pueblo liberal, ejecutar 6.402 falsos positivos, con tan de no dialogar.
Por no dialogar con los campesinos, nacieron las Farc. Por no dialogar con la iglesia social, nació el ELN. Por no dialogar con un ganador electoral, nació el M19 y el presidente Petro. Por ciegos y sordos, han sembrado miseria y cosechan violencia.
Sordo, Duque y su pavoroso gobierno elitista: bala contra estudiantes y billones de pesos para la elite. Gobierno sordo con sordera elitista. Mejor sacarles los ojos a los estudiantes, asesinarlos, vestirse luego de policía, en lugar de dialogar. Enorme decadencia del sordo elitista.
Suficientes dos siglos de sordera elitista, de ególatras en el poder, de permanentes guerras y masacres, para que casi nadie dialogue en Colombia: ni guerrilleros, ni delincuentes, ni narcotraficantes, ni campesinos, ni indígenas. Mucho menos los políticos cuyos discursos segregan babas intrascendentes y venenosas. Babas sus argumentos, promesas para engañar. Sólo sus balas imponen la razón de un Estado podrido y narcotizado.
Afirmaba Juan Pablo II: “El diálogo facilita la solución de los conflictos y favorece el respeto de la vida, de toda vida humana. Por ello, el recurso a las armas para dirimir las controversias representa siempre una derrota de la razón y de la humanidad”. Mejor descripción de nuestra derrota humana, casi imposible. En Colombia, cuando dialogamos, escupimos balas.
Nota: El contenido de este artículo, es opinión y conceptos libres, espontáneos y de completa responsabilidad del Autor.