Telatiroplena.com, periodismo serio, social y humano.

Por: Jairo Eduardo Soto Molina, Profesor investigador titular 1279 (80), Doctor en Ciencias Humanas

“Nombrar correctamente las cosas no solo define su esencia, sino también nuestra relación con ellas; un nombre adecuado es la puerta a una comprensión auténtica y un acto de respeto hacia la verdad.” Goyito Sabater

En el corazón de Barranquilla, el Malecón de Rébolo emerge como una de las obras insignes impulsadas por la administración del alcalde Alejandro Char. Este proyecto, presentado como una revitalización urbana, busca transformar una de las zonas históricas y populares de la ciudad en un espacio moderno, diseñado para el esparcimiento y la interacción social. Con áreas peatonales, zonas verdes y un diseño arquitectónico llamativo, la obra pretende articular la ciudad con su entorno fluvial y promover el turismo.

Sin embargo, la denominación de esta estructura como “malecón” genera interrogantes desde una perspectiva etimológica y semántica. Tradicionalmente, un malecón se asocia con un muro o paseo costero construido para proteger la tierra del embate de las olas o el agua. En este sentido, el Malecón de Rébolo, ubicado en un entorno fluvial de bajo impacto (arroyo) y sin la presencia de mareas significativas, parece apartarse de los principios históricos y funcionales que dieron origen a esta palabra.

Esta contradicción nos invita a reflexionar sobre el uso del lenguaje en la planeación urbana. ¿Se trata de un intento por dotar de prestigio simbólico a una obra que poco tiene que ver con la tradición de los malecones? O, quizás, ¿es el término utilizado de manera deliberada para conectar emocionalmente a los barranquilleros con un imaginario costero que no corresponde con la realidad del proyecto? Estas cuestiones son clave para comprender cómo las palabras que empleamos moldean la percepción colectiva de nuestras ciudades y sus espacios.

La palabra “malecón” tiene su origen etimológico en el francés “malecón” o “ma leçon”, que a su vez proviene del término árabe “malḥa” (مَلْحَة), que significa “lugar de sal” o “salina.” Esta relación se debe a que las áreas cercanas al agua, como costas y puertos, suelen estar asociadas con la sal.

En el contexto de la lengua española, “malecón” comenzó a usarse para referirse a las construcciones o muros que protegen una costa, puerto o río contra la acción del agua o del oleaje. Con el tiempo, el término también se asoció con paseos marítimos o áreas urbanas construidas cerca de cuerpos de agua, a lo mucho grandes lagos (como el del Zulia) donde la función protectora del muro se combinaba con espacios recreativos.

Ahondar en la historicidad del término “malecón” nos lleva a explorar su evolución en diferentes culturas y su apropiación en el idioma español, así como su transformación semántica a lo largo del tiempo.

El término “malecón” tiene un origen probable en el árabe clásico, reflejo de la influencia árabe en la península ibérica durante los siglos VIII al XV. La palabra árabe “malḥa” (مَلْحَة), que hace referencia a las salinas o áreas costeras salobres, se extendió a través de regiones donde los árabes tenían contacto con costas y desarrollaron sistemas de protección marítima, como diques o muros. De igual modo los manglares en ríos o lagunas. Durante la dominación musulmana de la península ibérica, la ingeniería hidráulica y marítima árabe influyó en la construcción de estructuras similares a los malecones, usadas para la protección y control del agua.

La apropiación del término “malecón” en español pudo haber recibido una influencia indirecta del francés “ma leçon”, relacionado con obras marítimas. Francia, siendo un país con costas importantes, desarrolló infraestructura similar y contribuyó al intercambio de terminología náutica y de ingeniería con España. El uso del francés en ámbitos científicos e ingenieriles durante los siglos XVIII y XIX facilitó la incorporación de términos técnicos a la lengua española. Es posible que “malecón” se haya formalizado en su uso técnico a partir de estas interacciones.

En América Latina, el término “malecón” adquirió un significado más cultural con la llegada de los colonizadores españoles. Las ciudades costeras del Caribe, como La Habana (Cuba), Santo Domingo (República Dominicana), y Veracruz (México), construyeron malecones para protegerse del oleaje, los huracanes y los ataques marítimos.

Con el tiempo, estas estructuras adquirieron un significado simbólico y social. Por ejemplo, el Malecón de La Habana (1901) se convirtió en un espacio icónico que no solo cumple una función protectora, sino que también es un centro de encuentro y recreación. Este tipo de transformación semántica refleja cómo las sociedades reinterpretaron el concepto del malecón, dándole un uso más amplio y ligado a la vida urbana.

Inicialmente, el término “malecón” se refería exclusivamente a estructuras funcionales para la defensa marítima. Sin embargo, en la actualidad, el término abarca:

  • Estructuras de defensa costera o fluvial: Siguiendo su origen técnico.
  • Espacios recreativos: Malecones en ciudades costeras o fluviales son paseos y áreas sociales.
  • Identidad cultural: Algunos malecones se han convertido en símbolos culturales y turísticos, como el Malecón 2000 en Guayaquil o el Malecón de Mazatlán.

El malecón como término y como infraestructura está profundamente ligado a la historia de las comunidades costeras, reflejando su relación con el agua, la necesidad de protegerse, y su interacción con el comercio, los viajes y las influencias culturales. Su evolución semántica evidencia cómo las sociedades reinterpretan sus entornos y adaptan el lenguaje a sus contextos y necesidades.

Existe otro termino para definir algo parecido al arroyo de Rébolo que se había convertido en el mayor vertedero de basura en América Latina (aunque yo prefiero llamarla Indoamérica). Comparémoslos:

Comparación entre los términos “Malecón” y “Promenade”

“Malecón”

  1. Definición: Estructura o muro construido a lo largo de una costa o río para proteger la tierra del agua o del oleaje, que también puede servir como paseo público.
  2. Origen etimológico:
    • Árabe: malḥa (مَلْحَة) = “lugar de sal” o “salina.”
    • Posible influencia del francés malecon en contextos técnicos.
  3. Connotación moderna:
    • En América Latina, el malecón ha evolucionado de un espacio defensivo a un lugar cultural, turístico y recreativo, especialmente en ciudades costeras.

“Promenade”

  1. Definición: Paseo o avenida amplia, generalmente diseñada para caminar o recrearse, ubicada a menudo cerca de la costa o un lugar pintoresco.
  2. Origen etimológico:
    • Proviene del francés antiguo promener (verbo), que significa “caminar” o “dar un paseo.”
    • Derivado del latín tardío prominare, que combina pro- (“adelante”) y minare (“conducir, llevar”), haciendo alusión al acto de avanzar o caminar.
  3. Connotación moderna:
    • En inglés y francés, “promenade” se refiere principalmente a un lugar diseñado para pasear, asociado con actividades sociales y recreativas en zonas urbanas o turísticas, como el famoso Promenade des Anglais en Niza, Francia.

Similitudes

  1. Función recreativa:
    • Ambos términos han evolucionado para designar espacios destinados al paseo y la socialización, a menudo en áreas cercanas al agua.
  2. Ubicación costera o fluvial:
    • Tanto el malecón como la promenade suelen situarse en zonas costeras, ríos o lagos, maximizando su atractivo visual y utilidad.
  3. Valor cultural y turístico:
    • Los malecones y las promenades son puntos emblemáticos de las ciudades, integrando elementos de identidad local y atracción turística.

Diferencias

  1. Origen y enfoque histórico:
    • “Malecón” tiene un origen más técnico y defensivo relacionado con la protección de la costa frente al oleaje o ataques.
    • “Promenade” tiene un origen más ligado al ocio y las actividades sociales de las clases urbanas, especialmente en Europa.
  2. Connotación geográfica:
    • “Malecón” es un término asociado principalmente con regiones hispanohablantes, especialmente América Latina y España.
    • “Promenade” es de uso más común en Europa y en lenguas como el inglés y el francés.

Aunque “malecón” y “promenade” comparten características modernas como espacios públicos de recreación, sus orígenes etimológicos y enfoques históricos difieren significativamente. El malecón surge de la necesidad de proteger las costas, mientras que la promenade emerge de tradiciones urbanas europeas enfocadas en el paseo y el ocio. Ambos términos, sin embargo, representan la interacción humana con el espacio público en contextos costeros, reflejando su adaptación cultural y funcional a través del tiempo.

Hasta aquí podemos ver que el llamado Malecon de Rébolo no tiene asidero linguistico; derivado de la expresión francesa “promenade”, por lo descrito anteriormente, debió llamársele “Paseo de Rébolo” Ya que esa es la traducción de “promenade”.

El Malecón de Rébolo, aunque promovido como una obra emblemática de desarrollo urbano y reconexión de la ciudad con sus espacios fluviales, presenta serias contradicciones al analizarlo desde las funciones históricas y modernas que caracterizan a un malecón. En términos estrictos, un malecón es una estructura destinada a proteger una línea costera activa contra el impacto del oleaje o la erosión, combinando funcionalidad defensiva con espacios recreativos. Estas características, sin embargo, no parecen estar presentes en el proyecto del Malecón de Rébolo.

El concepto de malecón está intrínsecamente ligado a un espacio donde el agua tiene un papel protagónico, ya sea en un contexto marítimo o fluvial con dinámicas naturales intensas. Sin embargo, el Malecón de Rébolo se encuentra situado en una zona fluvial de baja actividad, donde el impacto del agua es mínimo y no existe una necesidad real de protección contra fenómenos naturales como oleajes, mareas o corrientes significativas. Esta desconexión cuestiona la pertinencia de denominarlo “malecón,” dado que su ubicación no responde a los criterios históricos que justifican el uso del término. Además, porque el agua se cubre por capas de cemento.

Una de las funciones primarias de los malecones tradicionales es servir como barrera contra la fuerza del agua, especialmente en áreas costeras vulnerables. En el caso de Rébolo, esta necesidad es inexistente. El arroyo de Rébolo y los canales asociados al río Magdalena no presentan condiciones que ameriten una estructura de defensa marítima. Esto deja en evidencia que el proyecto, aunque estéticamente similar a un malecón, no cumple con su propósito funcional, quedándose únicamente en una interpretación superficial del concepto.

El Malecón de Rébolo parece ser, en esencia, un paseo urbano diseñado para fines recreativos, sin una conexión significativa con el agua más allá de su proximidad visual. Su diseño y propósito se alejan de la idea de un espacio que articule funcionalidad defensiva, recreación y dinamismo natural. Más bien, se percibe como un esfuerzo por embellecer la zona, pero sin abordar las problemáticas históricas de Rébolo, como el abandono del entorno fluvial y la falta de integración socioeconómica de sus habitantes.

Este enfoque plantea una crítica clave: ¿el proyecto responde a las necesidades reales de la comunidad y del entorno fluvial? O, ¿es simplemente una obra simbólica que busca embellecer la ciudad sin comprometerse con el desarrollo integral del área? Al desconectarse de las raíces semánticas y funcionales de lo que debería ser un malecón, el proyecto parece ser más un ejercicio de marketing urbano que una intervención significativa en el tejido social y ecológico de Barranquilla. En un lenguaje más coloquial barranquillero, alguien diría es un espantajopismo craso.

El Malecón de Rébolo, lejos de ser una obra que responda a las características tradicionales de un malecón, pone sobre la mesa una cuestión fundamental: ¿se trata de una reinterpretación moderna del concepto o de un abuso del término para dotar de simbolismo a un proyecto urbano? La respuesta tiene profundas implicaciones, tanto urbanas como culturales, ya que el lenguaje empleado en la denominación de una obra pública no es solo un acto simbólico, sino también un mensaje que moldea la percepción colectiva de los ciudadanos.

En términos urbanos, la reutilización del término “malecón” podría justificarse si el proyecto buscara adaptar la esencia funcional y simbólica del concepto a un contexto diferente, como el de Rébolo. Sin embargo, este no parece ser el caso. Más allá de su proximidad al agua, el Malecón de Rébolo carece de elementos que lo conecten con las raíces etimológicas y funcionales del término: no protege la costa, no enfrenta fenómenos fluviales o marítimos significativos y no refleja una integración armónica entre la comunidad y el espacio natural.

Al emplear el término “malecón,” el proyecto podría estar abusando de un concepto cargado de significados históricos y culturales para generar una percepción de modernidad y conexión con el entorno que no se sostiene en los hechos. Esta estrategia de denominación, más cercana al marketing que a la planificación urbana, pone en riesgo la coherencia semántica y conceptual que debería prevalecer en la construcción de identidad urbana.

El uso del lenguaje y la percepción pública

El lenguaje es un poderoso instrumento para construir significados compartidos en el ámbito público. Al nombrar una obra como “malecón,” se invoca automáticamente un imaginario colectivo asociado a espacios icónicos como el Malecón de La Habana o el Gran Malecón del Río Magdalena en Barranquilla, ambos ejemplos auténticos de estructuras que cumplen funciones protectoras y recreativas.

Sin embargo, cuando el uso del término no guarda relación con la realidad del proyecto, se corre el riesgo de distorsionar su percepción. Para el ciudadano común, la obra puede parecer un logro de gran impacto, asociado a conceptos de modernización y conexión con la naturaleza. Pero, al no cumplir con las características esenciales de un malecón, el proyecto podría terminar siendo una decepción al no alcanzar las expectativas implícitas en su denominación.

El Malecón de La Habana, construido a principios del siglo XX, es un ejemplo paradigmático de cómo un malecón combina funciones de protección costera con un espacio recreativo que se ha convertido en un símbolo cultural de la ciudad. De manera similar, el Gran Malecón del Río Magdalena en Barranquilla ofrece un paseo recreativo que, aunque más moderno, respeta la relación histórica y geográfica de la ciudad con el río.

En contraste, el Malecón de Rébolo carece de esta conexión simbólica y funcional. Su diseño no refleja una integración con el entorno fluvial ni responde a una necesidad de protección, lo que lo convierte en un espacio descontextualizado. Esta desconexión lo aleja de ser un malecón auténtico y lo acerca más a una intervención urbana genérica, sin el peso cultural que otras obras similares han logrado construir.

El uso del término “malecón” en este proyecto plantea preguntas fundamentales sobre la honestidad en la comunicación de las obras públicas y la necesidad de respetar los conceptos urbanos y culturales que forman parte del patrimonio colectivo. Más que reinterpretar el término, parece haberse recurrido a él como un recurso simbólico para dar relevancia a una obra que no logra cumplir con las expectativas asociadas al concepto. Este tipo de acciones no solo afectan la percepción pública, sino que también diluyen el valor de los términos que forman parte de nuestra historia cultural y urbana.

El Malecón de Rébolo, aunque presentado como un proyecto emblemático de transformación urbana en Barranquilla, evidencia cómo el uso inadecuado de un término con una carga histórica y cultural tan rica como “malecón” puede desvirtuar su significado. Este desarraigo no solo afecta la comprensión del espacio en sí, sino que también distorsiona la relación simbólica entre la comunidad y su entorno, al intentar conectar una obra con una identidad que no corresponde ni en función ni en esencia.

El término “malecón” conlleva una herencia semántica que trasciende su función física; evoca protección, interacción con el agua y un sentido de pertenencia frente a las dinámicas naturales. Al aplicarlo a un espacio que carece de estas características fundamentales, se banaliza su significado y se crea una desconexión entre la obra y las expectativas culturales y funcionales que esta debería cumplir. Este tipo de apropiaciones del lenguaje no solo reflejan una falta de respeto hacia el patrimonio conceptual, sino que también pueden generar desconfianza en los ciudadanos hacia los proyectos urbanos y sus narrativas oficiales. Sugerimos que los mandatarios antes de calificar un proyecto alegremente se asesoren de expertos en el lenguaje.

Si bien el Malecón de Rébolo no cumple con los estándares históricos y modernos de lo que define un malecón, el proyecto podría haber encontrado una identidad más auténtica mediante una conceptualización y nomenclatura acordes con su realidad. En lugar de recurrir al término “malecón,” se podría haber optado por nombres que reflejaran mejor la historia y el carácter de la zona, tales como:

  • “Paseo Fluvial de Rébolo”: Enfatizando su conexión con el entorno fluvial, sin pretensiones de ser un malecón en el sentido tradicional.
  • “Parque Lineal de Rébolo”: Resaltando su función recreativa y su carácter urbano.
  • “Sendero del Arroyo de Rébolo”: Reconociendo el valor natural del espacio y estableciendo un vínculo directo con su entorno.

Además, una conceptualización más integrada habría requerido una mayor atención a las problemáticas históricas de la zona, como la revitalización del arroyo y la inclusión de la comunidad local en el diseño y propósito del espacio. Esto podría haber transformado el proyecto en un símbolo genuino de recuperación y conexión urbana, en lugar de un ejercicio de marketing urbano sin raíces profundas.

El Malecón de Rébolo, tal como se presenta, es una obra desarraigada de la esencia que define un auténtico malecón. Más allá de ser una falla conceptual, representa una oportunidad perdida para reconectar a Barranquilla con su historia fluvial y para empoderar a las comunidades de Rébolo mediante un proyecto verdaderamente significativo. Nombrar y conceptualizar un espacio no es un acto trivial; es un ejercicio de comunicación que debería reflejar con honestidad las realidades y aspiraciones del lugar. En este caso, una mayor precisión en el uso del lenguaje y una visión más inclusiva habrían hecho del Malecón de Rébolo una obra digna de su nombre y de su propósito.

Con alto sentido de pertinencia me despido como revolero autentico y criado en San Roque. Barrio vecino del sector.

Tomémonos un tinto, seamos amigos. Sigan siendo felices, Jairo les dice.Final del formulario

Nota: el contenido de este artículo, es opinión y conceptos libres, espontáneos y de completa responsabilidad del Autor.